jueves, 31 de marzo de 2011

Restricciones mentales.

  













     Al calorcillo de los últimos acontecimientos de rabiosa actualidad (del reparto de botijos en la Tripolitania a  las mentirucas sobre el regateo con los chicos de boina y bomba) es habitual aplicar al Zapaterato,  y por extensión a cierta izquierda exquisita que hace la ola, reparte bizcochos y  peina las cejas, la máxima marxista  (de Julius, no de Carlos) “estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros” Craso error. El régimen tiene unos sólidos fundamentos éticos y morales adquiridos en las más reputadas asambleas preuniversitarias, en la inagotable fuente del maletín ideológico de la señorita Pepis, la autobiografía de Toro Sentado y la música de Supertamp y, por tanto,  la razón de sus movimientos pendulares y trolas de speaker tombolero  han de tener otra explicación.

     Nosotros apostamos porque la estricta aplicación del principio de jerarquía normativa  y un disciplinado uso de la restricción mental, justifican satisfactoriamente la conducta del zapaterismo global.

     Respecto a lo primero, sí tenemos en cuenta que en la cúspide del corpus legal zapateriano se ubica la Ley del Embudo, no creemos necesario más explicaciones. En cuanto a la restricción mental, es decir, el  acto de anfibología al que ya los comentaristas de santo Tomás  del siglo XVI y lo casuistas posteriores… ¡Humm!, quizás sea mejor dejar de lado al Tomás ese y a los causagaitas  y recurrir a  un sencillo ejemplo para comprender en que consiste.

     Imaginemos un adolescente español de la prehistoria (es decir, de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo) que estudia en un colegio de curas y le toca pasarse por el confesionario. Nuestro protagonista acaba de ver Gilda en el Cinema y aún se encuentra frenético por la contemplación de los despampanantes omóplatos de la estrellaza del celuloide mientras ronronea eso de  put the blames on Papes, boy. Don Aniceto, el cura, primero le pregunta por asuntos banales y el zangolotino no tiene problemas en confesar los pecadillos veniales, pero como el pelota de Ramírez se ha chivado de su excursión cinematográfica,  el mosén enseguida inquiere sobre pensamientos libidinosos y demás asuntos de la entrepierna, hasta finalizar con un gélido "¿y te has tocado?..."  entonces es cuando nuestro héroe aplica la restricción mental: el señor cura me pregunta si YO me he tocado… quien ha realizado los movimientos sicalípticos-manuales ha sido la chacha del sexto izquierda,  a cambio de una cajetilla de Chesterfield y unos pantys de naylon… ergo… le puedo contestar al señor cura, en estricta respuesta a su pregunta, sin faltar un ápice a la verdad y sin cometer pecado mortal, que YO NO me he tocado.

     Pues esta depurada técnica es la que lleva aplicando con gran éxito de crítica y público la criatura antes conocida como ZP y acólitos para soltar trufas del tamaño de rinocerontes sin que se les mueva un músculo. Pajas mentales, en definitiva.


jueves, 24 de marzo de 2011

Los casos del Inspector Pomeroy.



    El Inspector Valdemar Pomeroy era un tipo concienzudo. No se llega a dirigir la Brigada Operativa de Asuntos Covachueleros tocando el ukelele y viendo crecer el césped.

     Durante dos horas recorrió a cuatro patas el suelo del despacho, escrutó cajones y se deslizó por encima de los armarios,  recogiendo pelos, fásteners oxidados, arrugados post it, bolas de pelusa, virutas de lápices y otros variados restos de actividad oficinesca que, con sumo cuidado, guardaba en bolsitas de plástico dotadas de cierre zip.

     Ahora, sentado tras el escritorio, contemplaba embelesado el vuelo rasante de una moscarda; súbitamente exclamó:

˗ Rosendo, que entren todos los soplagaitas de… ¿cómo dijo que se llama ahora este negociado?

˗Servicio Común de Ordenación del Procedimiento ˗dijo el agente Rosendo con cara de aburrimiento y haciendo el gesto de agitar un cencerro.

     El grupo de funcionarios se apelotonó contra una de las esquinas de la habitación como un equipo de rugby presto a formar una melé; silenciosos, mirando de reojo y gesto de espanto al Secretario-Director del SCOP. Este se encontraba en posición decúbito ventral sobre la alfombra de color melocotón que cubría parcialmente el suelo del despacho.

˗ ¡Bien! ˗dijo el inspector Pomeroy fulminando con la mirada a los chupatintas ˗¿quién ha sido el listo que encontró el fiambre?

La falange funcionarial se apelmazó aún más si cabe contra la pared dejando en tierra de nadie al gestor Bermúdez.

˗Empiece a darle a la lengua, amigo ˗ordenó el inspector .

˗Pues mire Vd., me disponía esta mañana a tramitar un expediente  de prorrateo a la cuenta la vieja y amojonamiento ad quem, cuando me asaltó una duda; ¿se hace primero el prorrateo y luego el amojone o primero el amojone y después el prorrateo? ¿o ambos simultáneamente? ˗explicó Bermúdez con voz de cornetín de órdenes y continuó  ˗ así que vine al despacho a pedirle asesoramiento al señor Secretario, piedra angular de este servicio; estaba tumbado sobre la alfombra, pero como era un poco excént…

˗ ¿Era?, por que dice "era" ˗le interrumpió Pomeroy al tiempo que pegaba un brinco sobre el escritorio provocando que las ciclópeas columnas de polvorientos legajos  se desmoronaran con estrépito  ˗¿sabe Vd. algo que yo no sepa? ¿seguro que sus dudas no se referían a un procedimiento de protocolización litisconsorcial de tracto a trompicones?

˗ ¡Hombre!  Es que ahora le estoy viendo de cuerpo presente!, pero en aquel momento supuse que le había entrado un soporcillo y se estaba echando una siesta ˗contestó rápidamente el estatutario ˗Intentando no hacer ruido para no molestarle consulté el ejemplar de  la “Guía rápida de tramitación para cenutrios e interinos” que guarda en el cajón del escritorio, debajo de la caja de puros,  y solventadas mis dudas de índole procesal me dispuse a volver a mi puesto de trabajo.  

˗ ¿Y no notó Vd. nada raro?

˗En un principio no. Pero cuando observé  que no reaccionaba, después de diez minutos pateándole los riñones, y que  parte de su masa encefálica estaba colgando del perchero, empecé a sospechar que algo malo pasaba ˗concluyó Bermúdez dando un suspiro.

˗ ¿Y el trabuco naranjero que está junto al cadáver?

˗ ¡Ah!, eso ˗respondió con gesto de sorpresa mirando en dirección del muerto ˗creí que era un saxofón.

     El Inspector Pomeroy se arrellanó en el sillón inclinando el asiento hacía atrás y cruzando los pies sobre el escritorio; al tiempo que encendía un puro así de gordo masculló entre dientes:

˗ Rosendo, majo, póngale los grilletes a este bandarra.

     Tras pegarle un buen par de chupadas al puro continuó diciendo:

˗ En realidad este pájaro no es el gestor Bermudez; se llama Peláez y es tramitador. El auténtico Bermúdez apareció fosilizado hace un par de meses en el depósito de piezas de convicción de un Juzgado de Albacete, dentro de una caja de cartón con calcetines Nike falsificados.  Todo comenzó hace unos cinco años, cuando Peláez  y Bermúdez coincidieron en la Audiencia Provincial de Burgos; por aquel entonces a Peláez se le conocía como el remachador y estaba metido en todos los fregados: tráfico de recursos, extorsión a procuradores, timbas clandestinas con provisiones de fondos,   insolvencias fraudulentas… el catálogo completo, vaya. ¿Que pasó  remachador? ¿con todo ese rollo de la nueva oficina judicial te entró el pánico?...

     Supuso que con el expurgo de los procedimientos se descubriría el pastel… así que era hora de cambiar de aires. Fue una coincidencia que el pobre Bermúdez, atribulado por el  par de cuernos de ciervo centenario que le había colocado su mujer poco tiempo atrás,  participara  en el último concurso de traslados. Peláez decidió suplantarle. Lo despachó clavándole una grapa de las gordas en el entrecejo y escondió el cadáver en una caja de calcetines chungos intervenidos; de algún modo consiguió que el Juzgado se inhibiera de la causa a Albacete… y para allá que se fue la caja de calcetines con el difunto Bermúdez de regalo.  Con lo que no contaba cuando llegó a esta sede judicial era que el fenecido secretario Palomeque y Bermúdez se conocieran: ambos eran unos fanáticos seguidores de la saga de La Guerra de las Galaxias y habían coincidido un montón de veces en esos congresos freaks que se organizan ˗interrumpiendo su explicación señaló una fotografía enmarcada que colgaba de una de las paredes ˗ el fulano de la derecha es el Secretario Palomeque vestido de Obi Wan Kenobi y el de la izquierda el gestor Bermúdez con un disfraz de Chewaka…

      Palomeque  decidió exprimir a Peláez como a un limón en vez de delatar la impostura, ¿por que creen Vds. que el supuesto Bermúdez es el primero en llegar a la oficina y el último en marcharse? ¿no es sorprendente que no haya disfrutado de un solo moscoso durante el último año? ¿quién compra folios de su peculio cuando se acaban? ¿quién atende a los ciudadanos coñazos? ¿quién se encarga siempre de rellenar el botijo?... ¡¡el Secretario te tenía cogido por los cataplines, remachador!!... Sin embargo el desencadenante de que se cepillara a Palomeque no fue el chantaje: La chispa fue la nueva auxiliar del Decanato, esa bomba minifaldera con un piercing en el ombligo, que responde al nombre de señorita Florinda y que les tenía sorbido el seso a ambos. Cuando a primera hora  de hoy vio a al secretario sacando punta a los lápices de la femme fatale se volvió tarumba por los celos y le dio de baja en el escalafón metiéndole un clip envenenado por la oreja; luego, para despistar, le pegó un trabucazo en...

     En ese momento el difunto secretario Palomeque se levantó de la alfombra sacudiéndose  las pelusas del pantalón y se encaró con el inspector.

˗ ¡Pero que sarta de estupideces está Vd. diciendo! El gestor Bermúdez es un funcionario modelo, honra y prez de este servicio, ¡la honradez personificada! Lo que ocurre es que esto de la nueva oficina judicial es una filfa y me dije ¡a la mierda con todo!... y me volé la tapa de los sesos. ¿Y que sandez es esa de La Guerra de las Galaxias? Donde se ponga Strak Trek que se quite esa basura... por cierto,  en una cosa tiene Vd. razón… que la señorita Florinda está como un queso.

     Y tras decir esto, se volvió a tumbar en la alfombra color melocotón.

˗ ¡Desde el principio sospeché que el secretario Palomeque era el asesino! ˗exclamó con tono triunfal el Inspector ˗Sabía que era un soberbio y dándole un poco de carrete acabaría confesando… como así ha sido. ¡Otro gran éxito del inspector Valdemar Pomeroy!... Rosendo, deje libre a Peláez... digo Bermúdez... o como se llama el gaznápiro este; detenga al cadáver e instrúyale de sus derechos y luego se lo lleva al Juzgado de Guardia… ¿se sigue denominando así?... pues lo dicho, de cabeza al Juzgado de Guardia para que le sometan a un juicio ipso facto de esos… antes de que se ponga rígido.

                                                                               FIN

domingo, 20 de marzo de 2011

Antropología funcionarial y EREs.




     El modo de actuación de los diferentes tipos de funcionarios ha  suscitado un enorme interés en los pensadores desde los tiempos de Maricastaña. Es particularmente enigmática la habilidad de algunas criaturas funcionariales para desarrollar tareas complejas: grapar folios, poner sellos, tararear una canción, rellenar tampones con tinta, desgrapar los folios previamente grapados o sacar punta a los lápices; todo ello en el momento justo y con escaso o nulo aprendizaje previo. 
     
     Tales comportamientos se han estudiado desde dos perspectivas bastante diferentes, de hecho casi opuestas en sus planteamientos, que exponemos a continuación: o bien los funcionarios aprenden todo lo que hacen (enfoque conductista), o bien saben instintivamente cómo hacerlo (enfoque etológico).

Lo adquirido: los conductistas.

      Los partidarios más radicales de esta corriente sostenían que toda conducta funcionarial, incluida la llevarse los bolígrafos a casa o adquirir  compulsivamente hortalizas en horario de oficina, es aprendida; asimismo, creían que a los funcionarios en el momento de tomar posesión se les reblandecía el mesencéfalo, permitiendo que el azar y las experiencias escribieran sobre él sus mensajes.

     A finales del siglo XIX, el fisiólogo beluchistaní Miguel Strogoff descubrió el condicionamiento clásico mientras estudiaba los procesos digestivos del cafelito de media mañana. Comprobó que los funcionarios salivaban automáticamente con el olor de una taza de torrefacto e incluso se desmayaban ante un espumoso capuchino, dando una respuesta incondicionada a un estímulo incondicionado, para usar su terminología. Si sonaba la tuna interpretando clavelitos en el momento de mostrar la aromática taza, el funcionario comenzaba lentamente a asociar este estímulo, en principio irrelevante, con el café. Al cabo de un cierto tiempo, el sonido exclusivo de la tuna, sin mostrar la cafetera humeante a los funcionarios, en vez de provocar que todos salieran huyendo (como sería lógico)  provocaba la salivación.

Lo innato: la etología-

     Por el contrario, la etología sostiene que la conducta funcionarial es innata (instintiva). Es decir, está dirigida por una programación dada en sus genes que, si bien está presente en todos los individuos, sólo se activa en el momento de aprobar una oposición. Dicho de forma sencilla,  se trata de unas improntas genómicas  establecidas durante la gametogénesis, que se manifiestan al desencadenarse un proceso enzimático.
  
     De igual forma que los patos identifican nada más salir del cascaron a lo primero que se mueve como su madre, el individuo que accede a la condición estatutaria seguirá como un autómata lo que marque el reglamento, circular, ley o norma. Da igual que sea  inteligente o zote, diligente u holgazan, virtuoso o con la ética de una almeja; solo determinados estímulos (por ejemplo, un preceptivo certificado o una copia debidamente compulsada) le hará entrar en actividad; tal que un avispón que captura orugas gordas sin que nadie le haya instruido.

     
     Y si Vd., paciente lector, ha llegado hasta aquí, se preguntará ¿y esto que tiene que ver con los EREs?  Pues resulta que esta impronta del comportamiento funcionarial les pone de los nervios a los políticos que desembarcan en las covachuelas y explica la proliferación de tantas empresas públicas, agencias, institutos, fundaciones y demás establecimientos propicios para merendolas de negros.

     Si existe una Consejería de Empleo con sus direcciones generales, subdirecciones, secciones y negociados ¿por qué crear una agencia externa para gestionar, en este caso, los expedientes de regulación de empleo? ¡Pues porque aquellos están llenos de funcionarios cabezones! ¡Oh!, si, en determinados casos se consigue desprogramar a alguna criatura dándole una patada hacía un carguito de libre designación, incluso con efectos irreversibles si se acompaña de teléfono corporativo, tarjeta de gastos y chófer, pero aunque se puede enseñar a bailar la conga a una hormiga no es factible hacerlo con un hormiguero entero.

     Y así, dando loas a la diosa eficacia, quemando incienso en honor del dios de la flexibilidad, y haciendo genuflexiones a la ninfa inmediatez, se crea la oportuna APCT (Agencia Pro Colócanos a Toos). Seguidamente se atornilla a su cabeza a un buen montón de exconsejeros, excaldes, exconcejales o ex en general, a los que hay que premiar por sus servicios al partido y estos, a su vez, contratan a todo hermano, cuñado, suegro, yerno, concuñado o amigote de la mili que pase por allí. Y todos ellos con una cosa en común: no tener ni puta idea (administrativamente hablando) del negocio que se traen entre manos.

     Y es de admirar  la alegría con que distribuyen los millones que les toca administrar, sin funcionarios esaborios empeñados en poner trabas a la redistribución de la riqueza o interventores chinches y malajes obsesionados con facturas, disposiciones de gastos, justificantes, visados, certificaciones  y zarandajas burocráticas de toda índole.

     Finalmente, y para cerrar el círculo, siempre que se divide en porciones una tarta quedan migajas en el plato ¿no?, entonces,  ¿qué tiene de malo que las aprovechen unas mosconas gordas? Aunque, claro, si la tarta se corta con un hacha las migajas sobrantes pueden ser de un tamaño considerable… de ahí lo gordas que están las mosconas.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Duelo en O.K. INEM

Funcionario con pintas de tahur del Mississipi, mondadiente en ristre, termo de café sobre el escritorio, grapadoras...  parodia de un duelo del Far West funcionarial en un corto.





Por cierto, a juzgar por el diálogo que mantienen, debe  de tratar de una oficina de la Tesorería de la Seguridad Social (darse de alta de autónomos). Y la cosa está cuidada: Fíjense en la pantalla del ordenador. ¿No es, efectivamente, el logotipo de la Seguridad Social? Quizás hasta existan los formularios que se mencionan.

martes, 8 de marzo de 2011

BURRADAS ARQUITECTÓNICAS (II)

     Tenemos el honor los funcionarios judiciales  de retozar a diario en una de las más recientes atrocidades urbanísticas perpetradas en Ávila: El edificio de los Juzgados de la C/Vallespín.



     Hasta el cenutrio más insensible se daba cuenta al contemplar la ciudad desde el mirador de “los cuatro postes” que aquella mole grisácea debía de haber sido arrojada allí por algún gigante legendario y bromista, o puede que por una nave del espacio exterior pilotada por extraterrestres gamberros.

     Pues bien, descartado el uso de la dinamita, parece que se ha decidido hacer algo para remediar en lo posible  la bofetada visual del mamotreto jurídico.

     

¿Que se está haciendo? Pues dividiendo la fachada mamarracha en figuras geométricas y pintando éstas en diferentes tonalidades. Una vez que se retiren los andamios podremos juzgar, aunque da la impresión de que el invento funciona y algo ha mejorado la situación.
   
 Ahora, lo del tejado metálico sigue siendo un delito de lesa humanidad.

lunes, 7 de marzo de 2011

Gasógeno gubernamental

  Primero fue que bajando la velocidad máxima se ahorraba una barbaridad de combustible, luego, ante el pitorreo universal generalizado, salida en  tromba de los ministros (cada uno por su lado, faltaría más) apuntando planes encaminados a evitar la hecatombe energética. Y finalmente el Consejo de Ministros aprueba un paquetón de medidas diversas; unas razonables, otras de dudoso efecto y unas cuantas simplemente estúpidas. Pero ya era demasiado tarde y el cachondeo ha sido monumental.

     Y eso nos parece lo más sintomático del estado de Gobierno. Ya nadie se indigna, nadie se sorprende, nadie se toma en serie nada de lo que dicen. Todo el mundo, en definitiva, se descojona de sus ocurrencias. Y claro, las onomatopeyas de Fredy Rubalcaba (brrrrr, hace un motor) y el ministro de industria, en plan didáctico y por si nos quedaban dudas del concepto que tienen de la capacidad mental de los ciudadanos, explicando que los barriles de petróleo que nos vamos a ahorrar “puestos en fila llegarían de aquí a Pekín”, lo terminan de arreglar.

     En fin, quizás sea hora de ir pensando en recuperar aquellos viejos gasógenos que se utilizaron durante la posguerra. ¿Que es un gasógeno? Bueno, queda más fino llamarlo un generador alimentado por biomasa.

    Para no perdernos en tecnicismos, imagínense un botijo enorme o una cocina de campaña convenientemente adaptados para gasificar cosas; lo acoplas a tu coche (si no hay sitio donde ponerlo, lo llevas en un remolque pequeño).  De lo que se trata es de quemar dentro de la botija o de la cocina todo lo que se te ocurra y obtener un combustible gaseoso capaz de alimentar un motor de combustión de interna.

    Así que en vez de ir a la gasolinera a repostar, te paras delante de un contenedor de papel o basura y… ¡todo para adentro!, cáscaras de plátano incluidas, como en el Delorian de Regreso al futuro. También es aconsejable llevar un hacha y poder darle así un buen uso a esas encinas pochas que se suelen trasplantar en las rotondas.

     Ahora, eso sí, el chisme tiene inconvenientes. Así nos lo contaba Wenceslao Fernández Flores en el año 1942:

Aprovechando el permiso que el director de esta revista nos concede para elogiar a nuestros conciudadanos y a las industrias de nuestros conciudadanos, quiero hacer una merecida propaganda del gasógeno “Strómboli” y pagar, al  mismo tiempo, una deuda  de gratitud.

En todo caso, el gasógeno que inventó mi amigo Domínguez no se parece a ninguno, porque se llama “Strómboli”,  y no existe otro alguno que lleve el nombre del bello volcán de las Lipari.

Porque yo fuí, ha pocos meses, invitado a un viaje inolvidable en un coche de no se qué marca impulsado por la diabólica creación de Domínguez.

Una tarde calurosa de verano subimos al coche, ya preparado, para asistir a las pruebas definitivas. Íbamos: Domínguez, que llevaba el volante; el señor Rives, su mujer, yo y un auxiliar del inventor, que era un sujeto magro, silencioso, de enormes manazas, que había sido fogonero marítimo. Antes de entrar en el coche, el señor Rives preguntó con especial interés si el viaje ofrecía algún riesgo, ya que su esposa se encontraba en cinta y podía perjudicarle cualquier emoción. Al escuchar tales dudas, Domínguez prorrumpió en una carcajada de buen augurio y terminó por decir muy seriamente que si la Medicina no fuese una ciencia bastante atrasada, aconsejaría a las señoras pasar las épocas de gestación en coches movidos por gasógenos.

En esto el fogonero marítimo terminó de llenar el horno con un combustible que, visto de cerca parecía chocolate, y salimos de Madrid.

Mientras conducía, Domínguez  nos dió la grata y sorprendente noticia de que su gasógeno servía también para pasteurizar la leche y que llevaba dos litros para hacer una demostración. Le felicitamos mientras enjugábamos el sudor que corría por nuestros rostros, porque la temperatura había aumentado. Este fenómeno se fue acentuando  hasta sobrepasar el número de grados termométricos que puede soportar un beduino en el desierto sin entrar en ebullición y, paralelamente, hubo algunos sucesos a los que  de momento no concedimos importancia; así los botones de las chaquetas se hicieron maleables y la nariz del señor Rives se abarquilló. Entonces fue cuando el marítimo comenzó a dar muestras de estar a su gusto y llegó hasta tararear una barcalora.

Al acometer una acentuada cuesta arriba oímos por primera vez los tremendos rugidos lanzados por el motor, y que tanta impresión había de causar en todos los seres vivos de una legua en redondo. Un bombardero no resonaría tan trágicamente. Golpes secos, carraspeos diabólicos, rechinar de dientes de gigantes, toses, explosiones, silbidos, choques de hierros contra hierros… si he de expresar una comparación aproximada tendré que apelar a los ruidos de una casa encantada en combinación con los ruidos que el auténtico “Strómboli” puede producir en una de sus más encolerizadas erupciones.

Pendiente abajo no iríamos mal si no comenzase a invadir el coche un humo negro y áspero que nos impedía respirar y que nos seguía en torbellinos infernales. El paisaje se borró, como sumergido en betún,  y apenas divisábamos los largos brazos y las anchas manos del fogonero, que parecía bailar algo, castañeando sus dedos, lleno todo él de incontenibles nostalgias.

Las casitas blancas que encontrábamos a las orillas del camino se quedaban, después de pasar, de color caramelo. Aquel humo debía de tener efectos tóxicos, porque el señor Rives rompió a vociferar diciendo que él era un calamar y que estaba muy contento de poder viajar dentro de su tinta, y yo acosé a la señora instándole a que me dijese el nombre de un santo negro que hubo, muy reputado, porque me quería encomendar a él y no podía acordarme.

De pronto surgieron las llamas. El coche ardía. Fuimos saltando, chamuscados, a la carretera. El fogonero marítimo gritaba desde su asiento: “¡Fuego en los pañoles!” Y después se tiró al camino y, moviendo los brazos, como si nadase, llegó al pie de un árbol, se quitó la ropa y la extendió como para que se secara, de lo que dedujimos que su razón flaqueaba hasta el punto de creerse en un naufragio.

En cuanto a la señora de Rives, por respirar también con exceso el maldito humo, tuvo poco después un niño negro.

Todos los médicos lo dijeron así.


viernes, 4 de marzo de 2011

Hoja Parroquial NOJ (III)




Tremebundo informe sobre la Nueva Oficina Judicial en Murcia. 






"Virgencita, Virgencita... que me quede como estoy"


Por cierto, respecto al latazo que supone pegar las etiquetas con el código de identificación de certificados (a lo que se alude en el informe), hay una manera muy fácil de solucionarlo. En algunos Juzgados de Ávila lo utilizamos. Pincha aquí para conocerlo.


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