La nueva funcionaria, ya conocida entre los ejemplares masculinos de la covachuela judicial como La Turbadora, y por los femeninos como La Frescachona, se encontraba sentada muy tiesa en su escritorio plisando los bordes de su veraniego vestidito campesino de La Toscana, cuando se dirigió hacía ella don Aniceto (alías La Esfinge o El Azote de los chupatintas poltrones) embutido en su levita de dar broncas.
–Bien señorita, supongo que sabe manejar este chisme. Escriba lo que se le ocurra.
Los delicados deditos volaban sobre el teclado y las largas uñas pintadas de rojo noche-de-pasión-en-Tombuctú dibujaban filigranas en el aire. Inclinándose don Aniceto sobre la cabecita llena de bucles observó, embriagado por una nube de perfume Midnight Narcissus, lo escrito en la pantalla: “Ya es primavera en el Corte Inglés”, “Le amo, tonto”
Un imperceptible temblor agitó las puntas del bigote de Don Aniceto y todo el flujo sanguíneo de sus pies decidió emigrar a las orejas.
–¡Espléndido! Señorita Florinda –exclamó entusiasmado –¡qué manera de acariciar las teclas la suya!
–Si quiere tecleo otra cosa… ¿puedo poner “botijo”? –susurro La Tentadora levantando sus ojazos hacía don Aniceto al tiempo que agitaba las pestañazas.
Aquel sutil gesto provocó que los papeles que había sobre la mesa revolotearan como una manada de mariposas en celo, don Aniceto se tensara como el corcho de una botella de gaseosa al sacudirla y crujieran los cimientos del Tribunal Supremo.
–Esto… ¡ejem!... ¿le parece que le dicte un oficio para ejercitarse en el lenguaje jurídico? –dijo con voz de pito y loco de amor –bien, vamos allá. “Por estar así acordado en resolución del día de la fecha, adjunto le remito un par de muslos…”
–¿Ha dicho muslos?
–¿He dicho muslos?... efectivamente señorita, ¡no sabe Vd. la de cosas raras que enviamos! Sigamos. “…y planteado el habeas cuerpazo, quedo a la recíproca cuando sus pechugas viere”
Extendiendo un pañuelo blanco que sacó del bolsillo en el suelo, don Aniceto apoyó su rodilla (adivinen cúal) sobre él y suplicó a La Torturadora entre un repiqueteo de cencerros.
–¡La amo, Florinda! ¡Es Vd. tan joven e inocente! Si lo desea, yo le mostraré los más dulces secretos de la legislación hipotecaria ¿Quiere Vd. casarse conmigo? ¿Cuánto pesa su señora madre? Responda primero a la segunda pregunta.
–Mi mamá pesa 80 kilos, pero tiene un loro que no para de comer pipas. Y sí, ¡me casaré con Vd! Rodolfo.
–¿Cómo que Rodolfo? ¡Me llamo Aniceto!
–Pues a partir de ahora se llama Vd. Rodolfo, ¡ea!
–¡Oh! Florinda....
–¡Oh! Rodolfo...
Vuelven a sonar los cencerros.
–Mi mamá pesa 80 kilos, pero tiene un loro que no para de comer pipas. Y sí, ¡me casaré con Vd! Rodolfo.
–¿Cómo que Rodolfo? ¡Me llamo Aniceto!
–Pues a partir de ahora se llama Vd. Rodolfo, ¡ea!
–¡Oh! Florinda....
–¡Oh! Rodolfo...
Vuelven a sonar los cencerros.
Fin.
(Inspirado en un artículo de La Codorniz)
(Inspirado en un artículo de La Codorniz)
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