miércoles, 17 de octubre de 2012

Simpatía por el diablo

     

Apareció la policía y cuando me quise dar cuenta estaba metido en un juicio de charanga y pandereta en plena noche. La sala tenía el techo bajo y azulejos en las paredes, había un juez de guardia y enfrente de él un banco larguísimo con por lo menos cien tíos en fila (yo era el último). Entonces aparecieron unos policías porra en mano que empezaron a arrearles en la cabeza a todos los que estaban en la fila, a todos sin excepción. Y se veía que los tipos se lo esperaban, me dio la sensación de que era el procedimiento habitual. Yo era el último. Tom se había ido a por mi pasaporte y tardó horas en volver; cuando por fin apareció se lo restregué por las narices a su señoría ("Su majestad la reina exige"), pero ellos siguieron a lo suyo y le dieron unos mamporros al tipo que tenía justo al lado. Al cabo de noventa y nueve cabezas rotas, supuse que a mí me iban a dar también pero no fue así: El juez quería que identificara a los culpables entre los que ellos habían escogido, un puñado de sospechosos habituales, para presentar cargos contra ellos por haber destrozado el coche y provocado los disturbios, pero yo me negué, así que al final la cosa quedó en una multa de aparcamiento, un papel que había que firmar, dinero que cambió de manos e incluso así me tuvieron toda la noche retenido.

Así nos cuenta, en la muy recomendable autobiografia Vida (escrita en colaboración con  James Fox, Global Rhythm Press/Ediciones Península, 2010)), el Stone Keith Richards su encontronazo con la Justicia en Barcelona, año 1967, tras correrse una juerga en un tablao flamenco.


2 Comentar:

Anónimo dijo...

macho, eres facha y ahora lo quieres ocultar

Anónimo dijo...

¿sus satánicas majestades?


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