domingo, 28 de diciembre de 2008

LA HIJA PRÓDIGA. Capítulo I


THRILER POR ENTREGAS CON LAS
NUEVAS AVENTURAS DEL
FUNCIONARIO-DETECTIVE
GALÍNDEZ.


Capítulo I

--Tengo una cita con el Sr. Pérez de Mondoñedo
La pelirroja recepcionista de Pérez de Mondoñedo & Asociados, el despacho de abogados más importante de la ciudad, me echó una mirada displicente de arriba a abajo y no debió quedar muy impresionada con lo que vio, ya que hizo un gesto con la mano para que me sentara y siguió hablando por teléfono. Quizás debí haberme lustrado los zapatos.
--… y entonces me invitó a cenar el monitor de esquí, un chico monísimo que se llama Borja ¿Qué dices?... ¡anda hija, que rústica eres! Él es todo un caballero…
Durante un buen rato permanecí de pie como un marmolillo peatonal, sin decir nada mientras aquel bombón no paraba de parlotear con su amiga Cuca, según puede deducir. Cuando noté que se me empezaba a dormir una pierna, saqué del bolsillo de la chaqueta una de mis tarjetas (de las que lleva una metralleta impresa en una esquina) y la deposité delicadamente sobre el escritorio al tiempo que pulsaba el conmutador del teléfono.
--…pero ¿cómo se atreve a…?
Sin darle tiempo a terminar me dirigí a un sofá de cuero verde situado al otro extremo de la sala. Una vez sentado encendí un cigarrillo con un mechero Bic desechable y cogí de una mesita auxiliar una revista dedicada al apasionante mundo de las mascotas.


--¡Vaya!, así que Vd. es detective --alcé la vista y miré a la cotorra, que me hablaba con evidente sorna mientras sostenía en su mano la tarjeta de visita --¡Oh! y además funcionario judicial. Nunca había conocido a ninguno y, es curioso, siempre los imaginé como unos hombrecillos grasientos con las uñas sucias de tinta que husmean en la basura. Veo que no me equivocaba.

Antes de que pudiera responderle con algún sarcasmo apropiado, se abrió una puerta y apareció una señora madurita, pero aún de buen ver, envuelta en un abrigo de pieles; se giró en el vano de la puerta haciendo tintinear sus innumerables pulseras y habló hacia el interior de la habitación de la que acababa de salir.
-- Y ya lo sabes, el cabronazo de mi marido puede seguir acostándose con esa niñata guarrona hasta que le dé un infarto, ¡pero tengo que quedarme hasta con los empastes de sus muelas! --tras decir esto se marchó como una exhalación
La tía borde se levantó de su asiento y accedió al interior del despacho, obsequiándome con una sonrisa burlona y un generoso meneo de trasero. Reapareció al cabo de unos segundos y dijo.
-Puede pasar… muñeco.

Aquel despacho era tan grande como una sala de vistas; tranquilo y silencioso como un Juzgado en el mes de agosto. Enormes estanterías de madera labrada ocupaban la mayor parte de las paredes, desde el suelo hasta el techo, en las que se alineaban perfectamente colocados toda clase de textos legales encuadernados en piel. Allá donde las paredes quedaban libres, colgaban enmarcados innumerables diplomas, títulos y fotografías. Las tupidas cortinas de color rojo impedían que entrara la luz exterior y un solitario flexo de pantalla verdosa situado sobre un macizo escritorio, en el que se podría jugar perfectamente al ping pong, lo iluminaba parcialmente quedando el resto de la habitación en penumbra. Una alfombra, que nada más verla daba ganas de revolcarse en ella, amortiguaba el sonido de mis pasos.
--Siéntese Sr --dijo la figura que permanecía sentada tras el escritorio, fuera del círculo de luz. Solo podía ver con nitidez unas manos cuidadas con manicura, que sostenían la tarjeta que había entregado con anterioridad a la recepcionista-- …Galíndez. ¿Sabe Vd. el motivo de su presencia aquí?
Tras decir esto se inclinó hacía adelante y entonces le pude ver con claridad.
Quien así hablaba era el honorable letrado Laureano Pérez de Mondoñedo Rocasolano, un individuo rechoncho, con el pelo cuidadosamente engominado y peinado hacia atrás, tendría unos 60 años y vestía un traje oscuro de chaqueta que probablemente valdría más que mi coche. Aquel no era un picapleitos de los que se patean todos los días las covachuelas judiciales, de hecho sólo recordaba haberle visto por allí en una sola ocasión. Ahora, eso sí, llegó en un jáguar conducido por un chófer con gorra de plato y realizó una entrada espectacular en el edificio flanqueado por dos becarías cañón con minifaldas y taconazos de aguja.
--No --contesté --El Decano me dijo que Vd. necesitaba los servicios de un investigador… y aquí estoy.
--Al grano… de lo que se trata es de averiguar con quién mantiene relaciones sentimentales mi única hija. Comprenderá que todo el asunto requiere la mayor discreción.


¡Vaya mierda! En general no me gusta hacerme cargo de asuntos de progenitores preocupados por la conducta de sus hijas. Al final suelo descubrir que las nenas son unos pendones desorejados y, ¡claro!, papaíto se resiste a aceptar que su niñita ha dejado de jugar con muñecas y ahora prefiere frotarse contra una barra metálica vertical en un casposo club de strip tease. Total, que siempre acaban despidiéndome a patadas.

Debió notar mi contrariedad porque rápidamente añadió:
-- Elvira es la hija que cualquier padre desearía. Matrículas de honor durante el bachillerato, licenciada Cum Laude en Derecho, Master en relaciones internacionales por Harvard, domina cinco idiomas, largos períodos de prácticas en los mejores despachos de abogados de Estados Unidos. En fin, una auténtica joya. Sin embargo, desde hace un mes su conducta ha cambiado. Ha abandonado los libros y sale con asiduidad, incluso por las noches. Sospecho que debe de tratarse de un asunto de pantalones… probablemente algún juez, quizás un fiscal, puede que un notario… en el peor de los casos un secretario o procurador.
--¿Qué le hace suponer tal cosa? --pregunté.
--No me siento muy orgulloso de ello, pero he de admitirle que he consultado las llamadas entrantes de su móvil y figuran cientos de ellas efectuadas desde el edificio de los Juzgados. Lamentablemente sólo aparece el número de la centralita, no el del despacho desde donde se han realizado.



Encendí un cigarrillo con un fósforo de diez centímetros, de esos que se usan para prender las chimeneas, y tras meditar un momento le hice una serie de preguntas, sin apenas darle tiempo a contestar.
--Cuando su hija sale por las mañanas ¿ha notado Vd. si al volver a casa huele a fritanga?
--Pues ahora que lo dice… sí… sobre todo a calamares fritos.
--¿Se ausenta continuamente para tomarse un café en algún bar próximo?
--Sí, pero…
--En sus conversaciones ¿abusa del uso del gerundio y utiliza con asiduidad términos extraños como escalafón, lexnet, almuerzo o cuerda floja?
--¡Sí!...
--¿Se ha aficionado a leer prensa deportiva? ¿es capaz de beber con soltura de un botijo?
--¡Cáspita!... sí, concretamente el Marca y ...
--Cuando en una serie televisiva española sale un supuesto Juzgado o el desarrollo de un juicio ¿se pone como una energúmena por su escasa verosimilitud?
--¡Cierto!...
Exhalé una buena bocanada de humo hacía el techo y con aire de seguridad dije:
--Pues olvídese de la élite, el pájaro con quien intercambia cromos su hija es un funcionario judicial de la clase de tropa.


Quizás debí ser un poco más delicado, aquello fue peor que si le hubiera dicho que su hijita del alma hacía palmitas con Jack el Destripador.
Levándose de un salto del sillón comenzó a dar vueltas por la habitación con los puños apretados y bramando como un oso borracho.
-- ¡un funcionario judicial!... ¡un funcionario judicial!... ¿no podía haber caído más bajo?, ya puestos ¿por qué no con un sindicalista? ¡Tanto años de sacrificio!... ¡tantas esperanzas puestas en que se hiciera cargo del despacho!... miles de euros gastados en su educación… para que un piojoso chupatintas lo eche todo a perder… ¡¡Me cago en la función pública y la madre que la parió!!



Siguió un buen rato mascullando maldiciones en latín, durante el cual me entretuve en mirar las fotos enmarcadas que había sobre el escritorio, Una de ellas llamó poderosamente mí atención. Se trataba obviamente de la foto de un grupo musical de los años sesenta y reconocí en uno de aquellos rostros al vociferante leguleyo con unos cuantos años menos; otra de aquellas caras me resultaba inquietamente familiar, aunque no conseguí identificarla.

Finalmente pareció recuperar la compostura y sentándose sobre el borde del escritorio se inclinó hacía mi.
--Descubra quien es el canalla y luego… bueno, ¡del resto ya me ocuparé yo! --dijo lentamente y con un extraño rictus en la boca.
La imagen de un par de excombatientes albano-kosovares equipados con puños americanos y bates de béisbol pasó fugazmente por mi mente, vaya usted a saber por qué.
--De acuerdo. Necesitaré una fotografía reciente de su hija.
De un cajón del escritorio sacó un sobre y me lo entregó. Lo guardé en el bolsillo de la chaqueta sin mirarlo.
--¿Hay algo más que deba saber? --le pregunté
--No --me contestó rápidamente.
Y, sin embargo, ¿no me pareció advertir una leve vacilación en su respuesta?
Tras estrechar su mano me dispuse a marcharme y teniendo ya asido el picaporte de la puerta, me volví y dije:
--Por cierto, en cuanto a mis honorarios
--¡Ah!, por supuesto. --me interrumpió --Supongo que seguirá siendo el habitual entre los funcionarios de justicia: ¿Un jamón y una caja de puros?


¡Rayos! Estaba claro que este hombre llevaba un buen montón de lustros sin batallar directamente con los covachueleros que pueblan los Juzgados y Tribunales.
--Sin ánimo de ofender --dije con mi más amplía sonrisa -- el jamón se lo puede regalar a las monjitas del asilo para que se lo zampen los vejetes menesterosos, y respecto a los puros… ¡mejor me callo lo que pienso que puede hacer Vd. con ellos! Yo, con que me pague 100 euros diarios más gastos, me conformo.


Me largué de allí sin darle tiempo a responder, echándole al pasar un prolongado guiño a la pelirroja de la entrada. Tras lo cual, juraría que esta escupió al suelo.



(CONTINUARÁ)

1 Comentar:

Anónimo dijo...

Al fin!!!!! Ya se echaban de menos estos relatos. Espero ansiosamente la proxima entrega.


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