lunes, 2 de noviembre de 2009

De literaturas y censuras





¿Se puede ser un buen pintor, escultor o actor y ser un hijo de perra? ¿es posible ser un virtuoso del trombón de varas y al mismo tiempo un canalla? Un mamonazo que escupa en la calle, le huela el aliento, maltrate a los ancianitos o no separe debidamente los envases de la basura ¿puede ser un buen escritor? Y si las respuestas son afirmativas... ¿es lícito considerar las manifestaciones artísticas de tales individuos con independencia del grado de abyección de sus autores?

Todo esto viene a cuento de la prohibición in extremis por parte del Ayuntamiento de Sevilla, mas concretamente de una becerra a la que debió tocar en la tómbola de la Feria de Abril ser delegada de l Área de Participación Ciudadana, a ceder la sala de un centro cívico para la celebración de un acto reivindicativo de la obra literaria de Agustín de Foxá. Imaginamos que la mayoría de nuestros lectores se preguntará Agustín… ¿queee? Tranquilos, aquí estamos nosotros para remediar sus supinas ignorancias. Resulta que este caballerete fue un falangista de los gordos (se dice también que fue el rapsoda que escribió la letra del Cara al Sol, ese trepidante bugui-bugui con nombre de canción del verano que se mantuvo durante 40 años en lo más alto del hit parade y del que cuentan las crónicas que se bailaba imitando movimientos robóticos o espasmódicos) además de novelista, poeta y articulista. Ignoramos su grado de cabronería, si lucía sospechoso bigotito, el tipo de brillantina que usaba o si se limitó a pasar por allí.



Hemos de admitir que no hemos leído nada del falangero, así que no opinaremos sobre los valores puramente literarios de su obra, pero lo que desde luego nos parece una barbaridad es este acto de censura previa llevado a cabo por unos cenutrios consistoriales bajo la justificación de "los cuarenta años de la represión de la memoria vividos bajo el franquismo” o la “prevención higiénica sobre el contagio ideológico”… para echarse a temblar. Picasso fue un canalla con las mujeres que pasaron por su vida (un buen montón, por cierto) ¿habría que prohibir una exposición de sus cuadros por ser obra de un misógino machista? El Acorazado Potemkin es una obra de una arte, sin duda ¿lo son el Triunfo de la Voluntad u Olimpiada de Leni Riefenstah? ¿se puede admirar la fascinante (y aterradora) belleza formal de estos documentales, abstrayéndose de la exaltación Nazi que contienen? Acojona saber que a Hitler se le ponía dura contemplándolos.

Avergonzados, confesamos que en esta redacción somos admiradores de una serie de autores olvidados cuando no menospreciados por la cultura oficial, sin importarnos un pito que fueran directamente de derechas, indiferentes, no se mostraran debidamente combativos con el régimen o, simplemente, se dejaran fusilar por el bando equivocado: Álvaro de la Iglesia, Mihura, Tono, Muñoz Seca, Wenceslao Fdez. Flores, Jardiel Poncela, Ramón Gómez de la Serna, Arniches… ¡Sapristi! un intenso olor a nafatalina mezclado con aftershave Varon Dandy ha interrumpido la elaboración de este artículo... no puede ser otro que... ¡el Abuelo Cebolledo!

- ¡Caracoles! Es una grata sorpresa saber que unos mozalbetes aprecian a estos insignes autores. No se si sabrán Vds., queridos zagalones, que un servidor durante sus años mozos fue integrante de una compañía de teatro aficionado. Zarzuelas, operetas, algún voudevil picantón, pero sobre todo dramones históricos ensalzando las epopeyas patrias, formaban parte de nuestro repertorio… por cierto, recuerdo una anécdota muy propia del sentido del humor de esos geniales dramaturgos… ¿les apetece oírla?… es inútil que intenten huir, he puesto un candado así de gordo en la puerta y sellado las ventanas...



...HISTORIAS DEL ABUELO CEBOLLEDO



Como les estaba diciendo, apreciados jovenzuelos, el deseo de colmar las ansias culturales nos llevó a muchos pollos peras de buena familia a participar en alguna de aquellas compañías teatrales de entusiastas aficionados. Daba buen tono. Aunque también contaba el hecho de que el mundillo farandulero ofrecía una oportunidad de aproximación a esas fascinantes y desconocidas criaturas: las chicas. De limitarte a cruzar unas miraditas de cordero degollado con alguna de aquellas beldades con tirabuzones en los soportales de la calle mayor o contemplar embelesado sus bien formados omoplatos en la pastelería, mientras hacías cola para comprar un cucurucho de buñuelos, pasabas a entablar una cierta camaradería. Incluso, si resultaba que era una señorita topolino y modernaza de las que fumaban y hablaban a los hombres de tú, cazar entre bambalinas un beso fugaz o puede que un pellizco en las nalgas.


¿Les he hablado alguna vez de mi condiscípulo Ricardín? El chaval era un fenómeno en latín y con cierta fama de rapavelas, así que su madre ya le veía como notario, registrador de la propiedad o eminente jurisconsulto. Naturalmente a su mamá no le hacía gracia que perdiera el tiempo haciendo el cómico, pero Ricardín soñaba con un futuro en el que cantaba con bella voz de tenor aquello de fiel espada triunfadora que ahora brillas en mi mano... bella tizona de fino acero, recitaba el Llamé al cielo, y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra ¡responda el cielo!, no yo o eso de ¡Que has hecho maldita mora!... sí ya has matado a los tres... ¿en quien me vengo yo ahora? en los principales teatros... y golfeando en las cocktelerias y cabarets con sendas jamonas vicetiples colgadas de cada brazo. Y digo bien en un futuro, porque el presente consistía en hacer junto con otros apasionados (entre los que se encontraba un servidor) lo que los griegos, tan finos ellos, llamaban el coro y en el teatro moderno se denomina hacer bulto. Ya saben, si hojean cualquier dramonazo de la época encontrarán lo de entran los soldados… salen los soldados… entran los rústicos… salen los rústicos… entran los cortesanos... salen los cortesanos...


En fin, habíamos sido aguerridos pastores lusitanos, velludas mesnadas visigodas, orgullosos villanos castellanos, exóticos moros granadinos, taimados piratas berberiscos, emplumados guerreros aztecas, audaz soldadesca de los tercios de flandes, patilludos bandoleros andaluces, heroicos pobladores de Numancia … pero todo con una cosa en común: hacer de masa allá en el fondo del escenario, entrando y saliendo como un grupo de silenciosos fantasmas y quedándonos quietecitos en una esquina, apenas iluminados por los focos. Ora portando estandartes, ora blandiendo albardas, ora sujetando picas, ora llevando trabucos.


Resultó que durante una de las representaciones de Guzmán el Bueno, poco antes de subir el telón, llegó la fámula de los Peñalver diciendo que "...el señorito Rodolfo no podría actuar esa noche". Al parecer tenía escarlatina, aunque circuló el rumor de que su señora madre le había castigado tras encontrar debajo del colchón una revista de cine en la que salían artistas americanas del celuloide enseñando unos despampanantes, pero poco virtuosos, muslos o puede que por haber cateado el examen de estado. Todos los integrantes de la cofradía del montón nos pusimos de los nervios. ¡Un afortunado de nosotros, parias de las candilejas, tendría que sustituirlo.!.. y el papel de Rodolfo... ¡TENÍA FRASE! Una, para ser exactos. No vayan a creer que era un papel protagonista ni mucho menos. Se trataba de interpretar al pérfido moro malandrín que, en un momento dado, amenaza al heroico Don Guzmán que se niega a rendir la plaza de Tarifa a los infieles invasores del solar patrio, diciendo "Tarifa sucumbirá"... y nada más. Fernandito, estudiante de primero de peritos agrónomos y afamado director teatral, se acercó a la corporación de la comparsa y como Dios en la Capilla Sixtina, señaló con su dedo a... Ricardín.


Quedaban quince minutos para empezar la función, pero fue cosa digna de ver a Ricardín recorriendo el pasillo de un lado a otro sin parar, mientras recitaba una y otra vez "Tarifa sucumbirá... ¡Tarifa, sucumbirá!... Tarifa SUCUMBIRÁ... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa Sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... ensayando todo tipo de inflexiones de voz y apretando los puños como un poseso.


Transcurría sin incidentes la representación y con el teatro lleno hasta la bandera: amigotes, padres, hermanos, primos, tíos, tías... hasta el Gobernador Civil, su señora y el Sr. Obispo asistían a la misma, aunque los que nos encontrabamos cerca de Ricardín seguíamos oyendo un susurro de ultratumba, como si hubiera una vieja rezando el rosario: ..."Tarifa sucumbira... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá...Tarifa sucumbirá.. Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbiráarifa sucubira... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá...Tarifa sucumbirá.. Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa Sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá... Tarifa sucumbirá.... Tarifa Sucumbirá"...

Llegó el momento de gloria para Ricardín. Lo cierto es que el gaznápiro estuvo morrocotudo surgiendo de las huestes de la morería con poderosas zancadas y plantándose ante los caballeros cristianos: Descomunal citamarra en mano, un no menos descomunal turbante encarnado en la cabeza, enfundado en unos zaragüelles amarillos de su tío Ernesto de cuando hizo la mili en Larache, gesto fiero y retador, gritó haciendo retumbar el teatro:

- ¡¡TAFIRA SURUCUMBÁ!!

Una explosión de risotadas, pataleos y tremebundos alaridos tarzanescos hizo crujir las nobles estructuras del vetusto coliseo... pero permítanme que baje cristianamente el telón para no contemplar horrorizados como la tierra se abre bajo sus pies y se traga a nuestro audaz guerrero almohade... o almoravide... o mameluco... o lo que fuere.


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