Bien sabrá vuestra merced que cosa hará de 3 semanas que mudé de mi cargo de alguacilillo al servicio de un estrado de Casa Y Corte de aquesta villa, para aposentar mis reales en una covachuela de la Justicia en dignidad de amanuense.
Resultó que en el susodicho negociado vacantes hallábanse tres pupitres; presentando dos de ellos aspecto inmaculado, con bien formados pliegos, aterciopelados pergaminos, relucientes sumarios y alienábanse sobre sus tableros limpias y ordenadas plumas de pavo, tinteros y demás utensilios del arte del escribaneo. Respecto al tercero... los más viejos del lugar aseguraban con vehemencia que debajo de la ciclópea acumulación de desgastados protocolos, codicilios raídos, arcaicos memorándums, relaciones prehistóricas y papelotes diversos, que a juzgar por los lamparones que lucían debieron envolver no mucho tiempo atrás longanizas o morcillas, solía haber una escritorio... incluso una silla.
Decidióse en mala hora organizarse rifa tombolora para adjudicar las canongias y ¿adivina vuecencia a quién le tocó la escribanía que más parecía gallinero que otra cosa? Ya decía mi señor padre que los juegos de azar eran cosa nefanda y abominable. Como Hércules aprestándose a realizar los doce trabajos, comencé a mover columnas de polvorientos legajos que fui depositando a mi alrededor y al punto quedóme claro que, efectivamente, se trataba de realizar una de las tareas que Aristarco encargo a Heracles. Ciertamente no había que atrapar al Toro de Creta ni al Jabalí de Emirante, matar a la Hidra de Lerna o choricearle el cinturón a Hipólita, mas... ¿no era aquello similar a limpiar los establos de Augias?
Sollozando de alegría pude contemplar ¡al fin! la superficie del escritorio, sin importarme las irregularidades que aquella presentaba. Daba la impresión que mi antecesor hubiera dedicado los ratos de ocio a bailar claqué calzado con unas botas claveteadas de explorador Ártico o partir nueces a martillazos sobre su, otrora, pulida superficie. Seguí in continente abriendo cajones, despejando armarios y escrutando anaqueles de los que salieron amen de indeterminado número de roedores, cinco o seis bichejos de los llamados lepismas (más conocidos por el vulgo como cortapichas), un grajo chillón y toda clase de cachivaches de incierto uso que prestamente acabaron en un un cesto con destino al muladar. Sorprendióme un misterioso envoltorio de papel plateado que, en mi candidez, supuse toallitas para limpiar antiparras, más ¡Vive Dios!, resultó ser un artefacto de los llamados profilácticos y escrito sobre un lado la leyenda: "Un regalo en tu 15 cumpleaños. Para cuando de estrenes. Tu progenitor". Acabó no más en la caja de lo desechable, pues no en vano de la lectura de otra inscripción se deducía que caducó su placentero uso cuando el Concilio de Nicea.
Visto lo visto, entenderá su eminecia que llegada la hora de examinar pleitos y pendencia les pidiera a voz en grito a mis compañeros de fatigas "¡silencio, vuesas mercedes... que peligra la vida del artista!", como un saltimbanqui que se dispone a realizar un triple salto mortal. No encuentro palabras para describir las contradictorias sensaciones que me embargaron: sorprendido por la innovadora aplicación del Código de Leovigildo, escandalizado por la extravagate interpretación del Corpus Iuris Civilis, admirado por la original manera de pasarse por las partes nobles el Directorium Inquisitoris, enbelesado por el singular uso de los teoremas pitagóricos para el cálculo de las costas, intrigado por el pintoresco calendario azteca utilizado para fijar los plazos... sin duda aquello era obra de un espíritu libre, pero un ser temeroso de Dios como quien suscribe no podía dejar de ver trás aquella anarquía pecaminosa la sulfurosa imágen de Satanás.
Y dirá su Ilustrísima que las Sagradas Escrituras me obligan poner a caer de un rucio al precedente plumilla, pergreñando opúsculos, libelos o coplillas alusivas; y sin duda es cosa atinada cuando trátase de caballeros anónimos o de reconocida cretinez, mas no es este el caso. Pues ha de saber Vuecencia que con el heterodoxo rufián procesal compartí frascas de tintorro, picardías varias, jocosas travesuras y nos arreamos azotitos en el culo en fraternal (y masculina) camaradería, para pasmo y admiración del resto de empleados.
¡Menudo marrón!, exclaman voces a mi alrededor y noto miradas compasivas que se posan sobre mi triste figura, semioculta por un baluarte de expedientes mohosos, pero... ¡no importa!... sigo guardando la más alta estima por aquel noble hijodalgo por cuyas singulares andanzas y trapisondas me veo ahora acongojado... ¡el muy...!
Dios Guarde a V.I. muchos años.
Su solícito feligrés.
1 Comentar:
Muy mucho me suena la detallada descripción de la mesa de su negociado. Por momentos incluso el relato parece indulgente y tímido en reproches y justas quejas, puesto que de la narración se adivinan un irregular y heterodoxo desempeño del anterior inquilino.
Si se trata del mismo joven amanuense que ahora se me viene a la memoria, debemos descartar el dolo, que retorcido no llegaba a ser el personaje que recuerdo, mas si en todo o en parte es cierto lo que refiere en su siempre comedida narración, su buena voluntad se ve eclipsada por su errática forma de conducirse con los múltiples legajos y papeles que sobre su responsabilidad caían.
De poco sirve su último y firme empeño de desbrozar ese camino repleto de maleza y alguna que otra mala hierba. Me hago cargo yo, y él también en términos muy similares de pronunciaba, pues abandonó la corte sintiéndose más villano que aliviado, y aún en la última carta que intercambiamos insistía en el temor de perder el favor de aquellos con los que había compartido despacho y bailes.
Hoy por hoy no responde a mis misivas y el mozo que envié para darle recado regresó diciendo que imposible entregarle nada puesto que estuvo toda la mañana junto al Conde repasando unos nuevos contratos, según le contaron los que por allí se dejaron ver.
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