jueves, 17 de julio de 2008

RELATOS DE VERANO

EL EXPEDIENTE ETERNO
Un Thriller por entregas que nos descubre el lado más lóbrego de la sociedad funcionera-judicial.
Héroes crepusculares, asesinos desalmados, expedientes disciplinarios, lagartonas sin escrúpulos...
¡... y mucho más!

Cuando desperté, estaba tirado en medio del depósito de piezas de convicción como mi madre me trajo al mundo. Me dolía enormemente el colodrillo y al palparlo noté un chichón del tamaño de un melocotón mediano, así que…
Pero creo que será mejor que empiece por el principio. Una mañana del mes de julio para ser exactos.

Serían las nueve y media y no hacía ningún trabajo en aquel momento, sólo practicaba el balanceo de piernas. El Juzgado estaba en silencio, únicamente roto por el suave tac tac de los teclados, y una brisa cálida entraba por las ventanas moviendo las diminutas partículas de polvo como polen flotando en un solar vacío.
Estaba pensando en ir a tomar un café cuando una mujer se sentó en la silla que tenía frente a mi mesa. Era una chica muy compuesta, un poco afectada, de pelo castaño cuidadosamente peinado y vestía un anticuado traje sastre malva. No llevaba ni colorete, ni carmín, ni joyas y sus gafas sin montura le daban un aire de sabelotodo. Sabía que era Gestora en algún Juzgado de la planta y jamás había cruzado una palabra con ella, de hecho ignoraba hasta su nombre.

— ¿Es Vd. Galíndez, el detective?— preguntó con una vocecilla apenas audible.
Contesté que era Galíndez, Funcionario al servicio de la Administración de Justicia.
Se sonrojó.
— Entonces me marcho, me deben haber informado mal—dijo precipitadamente haciendo ademán de levantarse.
— Tranquila hermana, es cierto que me he ocupado de algunos asuntillos para el Decano, pero, ya sabe, siempre de manera extraoficial y discreta.
Abrió desmesuradamente los ojos.
--¿Entonces es verdad que se ocupó Vd. del caso de la desaparición del papel higiénico del Servicio de Señoras y del secuestro y decapitación del osito de peluche de la Secretaria de Social?—
Sonreí mientras abría el cajón de mi escritorio y sacaba un termo de café.
—Seguro que me va a contar una larga historia, echemos un trago—
Disfruté observando su cara de reprobación mientras vertía un par de dedos del oscuro licor en una taza de cerámica con el logotipo CCOO.
—Soy Vanesa Muñoz y llevó asuntos Civiles en el Juzgado nº 6 –dijo, hablando de repente muy rápido, como si me pagara por horas —no encuentro un procedimiento de los que tramito…
Y se quedó allí callada, observando mi rostro, supongo que esperando que yo pegara un brinco o algo así.
— ¿Y…? ,— dije tras unos segundos de silencio.
— ¿Le parace poco?... se trata de un pleito importante, 15 tomazos, de los años setenta, un montón de dinero, diez partes personadas, anotaciones de embargo, cancelaciones, incidentes, piezas separadas, litisconsorcios pasivos necesarios, tasaciones de costas impugnadas… una tortura… ¡y ha desaparecido!
En este punto, parecía que fuera a ponerse a llorar, así que tras vaciar la taza de un trago adopté mi tono más paternal al tiempo que la miraba fijamente.
–Escuche –le dije —todos los días desaparecen expediente, oficios, piezas de convicción, escritos… Ayer, sin ir más lejos, no encontraba mi cajita imantada para los clips y esta mañana, ¡voila!, vuelve estar encima de mi mesa. Quizás lo archivó erróneamente o algún compañero lo cogió para algo… pero siempre aparecen tras unos días. No se preocupe.
Escuchó mi discursito sin inmutarse y de repente se inclinó hacía delante, mirando a su alrededor.
—Llevo una semana buscándolo —susurro— además han registrado mi mesa y todo lo referente al expediente ha desaparecido del ordenador.
En ese instante debí de mandarle a paseo y esconderme debajo de la mesa o ponerme a registrar atestados como un loco. Borrar un procedimiento del Libra no era algo que pudiera hacer ningún informático de tres al cuarto. La banda del CAU tenía que estar pringada y con esos tipos no se puede jugar. Si te entrometes en sus chanchullos te mandan un virus que te fríe el disco duro del ordenador. A continuación recibes la visita de un técnico que, cuando menos de te lo esperes, saca una aceitada ametralladora Thomson del maletín de herramientas y entonces… el que se queda frito eres tu.
—Está bien —dije al tiempo que inclinaba mi sillón giratorio hacía atrás— me ocuparé del asunto. Cobro veinte Euros por día más gastos. Anóteme todos los datos que recuerde del expediente…
Le proporcioné unos folios desechados de la impresora y el roñoso bolígrafo con el que firman los chorizos y encendí un cigarrillo con un fósforo, mientras ella escribía. Cuando terminó colocó cuidadosamente el bolígrafo sobre la mesa.
—Tengo que marcharme —me dijo— El nuevo Secretario es muy estricto y seguro que me ha echado de menos.
Se levanto muy despacio arreglándose cuidadosamente la falta y la observé atravesar la sala con un trotecillo menudo y nervioso.


Al pasar junto a la mesa del Sr. Petit, un tramitador con pinta y modales de play boy marbellí desfasado, éste siguió apilando procedimientos sin levantar la cabeza y ¡esto sí que era extraño! La chica no es nada del otro mundo pero normalmente a este fulano le pones delante una escoba con faldas y le sale la testosterona por las orejas. En esta ocasión… nada. Ni una furtiva mirada a las nalgas… ¿pelarán cebollas juntos estos dos? Me prometí a mi mismo vigilarle estrechamente..


******


¿Conocen la tasca Antolín en la calle Comandante Villahermosa? Cuando yo era un mocoso ya estaba allí. Y por lo que sé, cuando a mi padre le empezó a salir bigote también lo estaba. Y probablemente cuando se derritan los casquetes polares allí seguirá. Necesitaba información sobre pleitos antiguos y aquel era el sitio apropiado, así que recorrí los doscientos metros escasos que le separa de los Juzgados y entré. El local era pequeño y se encontraba en penumbra, tenuemente iluminado por la escasa luz que se filtraba a través de los cristales esmerilados de la puerta. En cuanto a su decoración... ¡Ejem!, para no extenderme les diré que allí no triunfaban las últimas tendencias zen o minimalistas. Era una tasca-tasca, con su barra y el borrachuzo del barrio a un extremo de esta. Y poco mas. Al otro lado un viejete sesteaba escuchando una radio a pilas.


—Un cafelote bien cargado –pedí
Se metió una mano en el sobaco y se rasco ostensiblemente. No hizo ningún otro movimiento.
—¿Arábigo, turco o torrefacto?
—Échele todo lo que esté incluido en el precio.
Me lo sirvió con parsimonia en una taza más grande que un orinal. Poco a poco mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y pude observar al fondo del garito al fulano a quien había venido a buscar.
Se encontraba sentado ante una pequeña mesa redonda de madera, atestada de papeles, códigos legales manoseados y una enorme máquina de escribir Olivetti Línea 98, una antigualla que tenía un carro en el que se podía meter una sábana de matrimonio.


—¡Hola Peláez! —saludé alegremente— ¿Cómo le va?
Sorprendido, levantó la cabeza de la montaña de papeles y tras reconocerme esbozó una ligera sonrisa.
—¡Hombre!, pero sí es Galindito, perdone majo pero estoy tan enfrascado en el trabajo que no le he oído entrar. Venga siéntese aquí —dijo con voz cavernosa, al tiempo que apartaba una silla de la mesa.


Su rostro era una máscara de cuero, con labios sin sangre, nariz puntiaguda, sienes hundidas y los lóbulos de las orejas curvados hacia fuera. Las delgadas manos, semejantes a garras, lucían unas uñas manchadas de tinta azul y descansaban blandamente sobre la mesa. Algunos mechones de cabello blanco y pajizo colgaban del cuero cabelludo como flores silvestres luchando por la vida sobre la roca pelada. ¿Han visto alguna película de Boris Karloff?. Pues clavadito.
Nadie sabía muy bien cuál era su edad o cuándo había ingresado en la Administración de Justicia, aunque, por su aspecto, muy bien pudo acceder como meritorio en el Tribunal de Torquemada. Nunca se le conocieron esposa, hijos, familia o relaciones personales ajenas al funcionariado. Lo que sí fue sonado fue su jubilación: el Decano tuvo que llamar a los GEOS para que lo sacaran a rastras del Juzgado, bueno, a él y al archivador al que se había encadenado. Después de aquello se pasó tres años remitiendo oficios, suplicatorios y memoranduns al Ministerio para que le concedieran la Raimunda, hasta que algún listillo le envío una chapa de coca-cola incrustada en un diploma ¡y el tío se lo tragó!



—¡Vaya!, me alegro una enormidad encontrarle aquí querido Peláez —le dije aparentando entusiasmo —resulta que tengo una sobrina que está escribiendo una tesis de fin carrera sobre escándalos económicos y sistema legal del Franquismo Intermedio, Y claro, enseguida he pensado en Vd. para que la ilustre.
Habituado a que cualquier funcionario huyera de él como de la peste, la oportunidad que se le presentaba de darle la brasa a un incauto que voluntariamente se prestaba ello, le hizo salir inmediatamente de su letargo.
—Qué casualidad, estimado compañero. Precisamente acaba de terminar un informe que tengo intención de remitir a ese chico de Arenas de San Pedro tan simpático, un poco ye-ye, pero aplicado sin duda —al tiempo de decir esto me alcanzó un mazo de al menos 500 folios manoseados y amarillentos, de tamaño no normalizado y mecanografiados a un solo espacio.
—Como podrá observar —continuó— en el apartado 55.10.1., se hace mención a escándalos muy sonados de la época: Sofico, Matesa…
—Sin duda todo esto le resultará muy instructivo —le interrumpí— pero ella está más interesada en asuntos más… domésticos ¿Le suena a Vd. una demanda contra una empresa que se llamaba…? —Consulté brevemente las notas de la Srta. Muñoz y dije con solemnidad —Confecciones e Hilados del Bajo Tiétar S.A.
Su rostro pasó inmediatamente del amarillo pergamino a un tono verdoso, al tiempo que se tomaba de un solo trago su tazón de espeso café con un chorrito de tinta para tampones.
—Pues… esto,,, ¡ejem!,,, no me suena nada ese nombre —respondió bajando la vista — pero como le iba diciendo en el informe se contienen las claves para solucionar todos los problemas de la Justicia —mientras decía esto último, se colocó ceremoniosamente unos manguitos negros en los antebrazos y una visera de celuloide en su pelada cabeza.
Esto significaba que entraba a matar.


A partir de ese momento ya cogió carrerilla y no hubo manera de pararle. Me sumí en mis pensamientos sin dejar de tragar tazas de café y fumar cigarrillos. Fragmentos de su cháchara llegaban a mi embotado cerebro como en un sueño.
—Sí señor, todo pasa por volver a reintroducir el Código Penal de 1848 y el papel y timbre del Estado… La semántica tiene su importancia, piense Vd. en lo bien que suena expediente de prodigalidad, deslinde y amojonamiento, codicilio y compárelo con esas birrias modernas de monitorio o cambiario, ¡vaya ordinariez!, ¿de que ha sido la idea? ¡de algún comunista, sin duda!... ¿Le he hablado alguna vez de mi estancia en el TOP? aquello sí que era un Tribunal como Dios manda y no esa mariconada de la Audiencia Nacional… y entonces entró en Plaza Castilla la magistrado esa, la Manuela Carmena, como un elefante en una cacharrería y se montó la marimorena…
No se cuanto duro aquello, pero lo que sí sabía era que tenía que largarme cuanto antes. Me levanté lentamente. Aunque daba igual, el tío ya se había olvidado de que yo que estaba allí y no paraba de contarle sus extravagantes ocurrencias a las sombras.


En ese momento entró un grupo de clientes y el viejo funcionario pareció perder la chaveta definitivamente
—¡Oiga caballerete!, —gritó con voz chillona— ¿cómo se atreve a presentarse ante este Tribunal en gallumbos? ¿Quiere acabar Vd. en el Penal del Dueso?
—Tranquilo Peláez, que el chaval lo que lleva son unas bermudas —le dije al tiempo que le daba unas palmaditas en el hombro
Pagué la cuenta y abrí la puerta. A mis espaldas el vejestorio no paraba de gritar
—¡Señora!, ¿qué mierda de instancia es esta? ¿dónde están las pólizas?... Eso es en la ventanilla de enfrente, so merluzo… ¡Vuelva Vd. mañana!...
Salí al exterior cerrando la puerta muy despacio.


***********


Las 11:00 de la mañana. Una muchedumbre de funcionarios cafeinómanos surge de las entrañas del feo edificio judicial y se dirige como zombis hacía los garitos de la parte norte de la calle Comandante Villahermosa y de la plaza del Ayuntamiento. Pero no están solos. Aquí confluyen con otras riadas que proceden del Ayuntamiento, de la Diputación, de la Junta, ¡hasta los pijos de Hacienda se dejan caer por allí! Me dejo llevar por la marabunta y acabo en el Little´s

Está lleno hasta la bandera y una espesa nube de humo cubre todo el local, tenuamente iluminado con una luz rojiza. En la vieja máquina de discos suena la big band de Duke Ellington interpretando su magnífica versión del clásico tengo una vaca lechera.
Me hago sitio en la atiborrada barra y pido, como no, un café. Tengo la cabeza como un tambor, pero si aquí pides una manzanilla enseguida todo el mundo piensa que eres maricón o un soplón del Ministerio.
—Oye Samuel —le pregunto al propietario al tiempo que le señalo con la cabeza la pizarra que hay tras la barra —¿Cómo se presentan las carreras de hoy?
—Ya sabes que en julio la cosa está floja —me dice con cara de aburrimiento y sin parar de limpiar vasos con paño—pero en la sala 3 haya un par de vistas interesantes.
Miro un instante con interés la pizarra.
—¡Ah! Ya veo. ¿Quién es el Jockey del demandante de las 12?
—El Letrado Bermúdez. Ya sabes que está en forma —añadió con una sonrisa e inclinándose hacía mi dijo bajando la voz —entre nosotros, sé de buena tinta que el Juez ha estado toda la noche de juerga y no tendrá muchas ganas de monsergas ¡y si te fijas quien es el Letrado contrario…! las apuestas están 4 a 1.
—¡Joder! —exclamé al darme cuenta de que se refería al Abogado Sainz de Buruaga, el tío más plasta que se haya podido ver en una Sala de Vistas.
—Apúntame 20 machacantes a ganador y 10 a que hay condena en costas —dije con seguridad.
—Hecho —me contestó, dándome un recibo.


Allí se juntaba todo el mundo. Desde pipiolos recién llegados hasta fulanos con más triénios en cada pata que pelos tengo en la cabeza, Funcionarios en activo o en excedencia, en servicios especiales y expedientados, interinos chanchulleando para avanzar puestos en la bolsa. Incluso algunos Jueces, Fiscales y Secretarios abandonaban de vez en cuando sus exclusivos clubs privados para tomar una buena taza de café casero de contrabando.
Sentada a mi izquierda se encontraba la tramitadora Martina. Una morenaza de armas tomar y de la que se rumoreaba que lideraba la banda que había asaltado, dinamita en ristre, el buzón blindado de quejas y sugerencias.
—… Y entonces, va el viejo y me dice: “señorita, esto me lo pone Vd. por escrito y con el sello del Juzgado”. Así que le agarré por el pescuezo y le hice tragar el sello del registro de entrada… sin masticar ni nada —le decía entre risotadas a sus acompañantes.
Retazos de conversaciones llegaban a mis oídos…
—…oyess, me han dicho que tú eres de Burgos —susurraba un Auxiliar Judicial en excedencia forzosa a una rubita de reciente ingreso —¿No te interesaría una comisioncita de servicios en el TSJ? Un par de cientos y ¡hala! a casita con tu mamá.


Dejé vagar mi mirada por el tugurio y algo llamó mi atención en uno de los reservados del fondo. La cortina se encontraba entreabierta y pude ver en su interior a Ricochet, el liberado sindical, que me hacía señas para que me acercara. Apuré mi taza y con dificultad me acerqué al reservado.
—Pasa Galíndez y cierra la cortina —me dijo el sindicalista con voz amigable y continuó diciendo —supongo que conoces a todo el mundo ¿no?
¡Vaya que si los conocía! Aquello era una reunión en la cumbre. Alrededor de una mesa colmada de tazas de café había varias butacas ocupadas por tres personas más. Allí estaba repantigado el Tramitador Pericles, un fulano regordete recién llegado al Juzgado nº 1. No se sabe muy bien cómo, aunque se especulaba que con la ayuda de un juez disoluto y un matón venido del sur, había logrado deshacerse de tres funcionarios pata negra que dominaban el cotarro. Ahora era el amo indiscutible del gallinero.
Junto a él, y preparandose una línea de café molido tan grande que tendría que usar un rollo de papel Albal para esnifarla, estaba el jefe del clan de los bellacos, Calderón, un auxiliar en excedencia voluntaria que exhibía en el rostro las cicatrices de sus innumerables duelos con grapadora.
¡Y lo mejor lo dejo para el final! En la butaca más alejada de mi posición estaba Merceditas, la Funcionaria del cuerpo de Gestión del Decanato. Valía la pena mirarla. Una rubia de ojos ardientes y boca con labios carnosos, fruncidos en esta ocasión con un gesto arisco. Era conocida por su eficiencia, su trato delicado y exquisito con los funcionarios y su esmerada educación. Ella y su vestido verde hierba parecían haber crecido juntos. Una delicada florecilla en un campo de cardos borriqueros. ¡Una auténtica monada!


—¿Te apetece un café? —preguntó Ricochet y sin darme tiempo a contestar asomó la cabeza por la cortina y dijo gritando —¡Samuel, tráenos una cafetera de café, pero que sea del colombiano, no esa mierda de achicoria que le pones a la gente!
Tomé asiento frente a Merceditas y durante unos instantes nadie dijo nada.
—Bueno, ¿que tal si dejamos de pelar naranjas y hablamos de negocios de una puta vez? —exclamó de pronto Merceditas, al tiempo que se giraba hacía mi.
—Oye tú, ¡zarrapastroso hijo de la gran puta! —continúo diciendo al tiempo que se inclinaba hacía mi, envolviéndome en una nube de embriagador perfume Midnight Narcissus—¿Quién coño te crees que eres para meter tus hocicos de mierda en nuestros asuntos?, voy a meter tu grasienta cabeza de fisgón en la trituradora de papel y usar tus sesos como abono para el pothos que tengo encima de mi mesa... ¡so cabrón!
Tengo que reconocerlo, por unos instantes me quedé desconcertado. No tanto porque mi mirada se hubiera colado por su generoso escote y no encontrara la forma de salir, sino por la sorpresa de oírla hablar como un estibador portuario con almorranas.


(CONTINUARÁ)

6 Comentar:

Anónimo dijo...

Me ha encantado, una novela ambientada en el mundo judicial, sigue prontito que me has dejado en ascuas ja ja ja

Desde Badajoz y para Justicia News Avila escribió, Solete. Saludos

Anónimo dijo...

Me he reído y enganchado a la vez, ya puedes continuar que las vacaciones sin hacer nada se hacen muy largas.

Anónimo dijo...

Estoy intrigadísima ¿quién es la funcionaria que pierde el expediente? no la identifico con ningún personaje real

Anónimo dijo...

El populacho pide más, queremos la segunda entrega ya. Ponte a currar y déjate de ir al Carrefour, que dicen los que saben que la inspiración te debe coger escribiendo no empujando el carrito de la compra.

Anónimo dijo...

Que has conseguido que los funcionarios dejen de leer el periódico en horas de audiencia, ahora se meriendan "El expediente eterno" y ya no se habla de política, todas las conversaciones giran en torno a las peripecias de Galindez, que desaparecida la astilla completa su sueldo con la investigación criminal.

Anónimo dijo...

Estimado plumilla, en primer lugar quisiera agradecerte todas las líneas y líneas que has escrito para el deleite del respetable (chusma más bien) de hecho siento cierta gratitud por tu generosa actitud; creo que puedes sentirte orgulloso, pero sin sacar pecho.

Después de regalarnos numerosos artículos, con anécdotas, noticias... y todo tan bien aliñado con tu fino humor, pues despues de todos eso nos ofreces una novela negra por entregas, ambientada además en los juzgados. ¡Ole tus huevos, plumilla!

Pero todo tiene un límite, o como decís por ahí, un plazo un término; si al final aquí lo único eterno va a ser la novela macho.
Te voy a ser franco, plumilla, he adquirido el hábito de leerte y no tengo paciencia para esperar mucho más la siguiente entrega.
Sé dónde vives, dónde trabajas, que vas con frecuencia al Carrefour y a Salamanca, como no te pongas las pilas la novela negra la hacemos con tus últimos días en Pompeya.
Todo esto dicho sin acritud de uno de tus mayores admiradores enormemente enajenado por la espera.


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