Marina, pizpireta jovencita
extremeña, matrimonió a la temprana edad
de diecinueve años con Ismael, rico labrador del sur de Cáceres, algo mayor y
un tanto aburridote para la culinquieta «… hizo vida de soltera desocupada, pésima
administradora y, con abandono de sus augustas funciones de madre y esposa, asistía, sin ser acompañada de su esposo, a
diversiones».
Hasta que conoció a Luis Marí, un
muchachito de su gusto, casado, pero eventualmente de rodríguez, con quien Marina
ligo a todo meter, «… llegando la
procesada –dice la Audiencia-, en su frívola concepción de la vida, a ir sola en
el automóvil del procesado e incluso a acudir
a casa de éste en alguna ocasión,
permitiéndose asimismo familiaridades
entre ellos, pero sin que se hay probado que realizaran cópula carnal, poco
probable por lado, dado el carácter ligero de la procesada, aunque ésta, en su
inestabilidad psíquica haya podido decirlo a terceras personas».
Ismael, personaje-víctima del vodevil, no reaccionó a lo celtíbero (garrotazo y tente tieso), sino a lo civilizado. Quizá porque es así su bien natural, quizá porque reflexionó provechosamente sobre la desaparición de la antigua excusa absolutoria, vigente hasta hace unos años, en virtud de la cual el marido burlado podía cargarse impunemente a los adúlteros.
Ismael se querelló por delito de adulterio y la Audiencia le
respondió que de delito nada, considerando, como decimos, «… la
cópula carnal poco probable dado el carácter ligero de la procesada …». Ismael,
indignado contra tal argumentación, recurre ente el Supremo: «… si la procesada tiene un carácter ligero –dice-, ¡con más razón esta
ligereza hace posible la cópula carnal! Y más si es ella quien se lo ha dicho a
otras personas».
Mas el Supremo repite que no se ha probado que realizaran
los procesados la cópula, dejando a Ismael hecho cisco.
El Alto Tribunal tiene razón, desde luego. Pero de todos modos, ahí queda, un tanto
inquietante, el extraño postulado de la Audiencia: « … la cópula carnal
(parece) poco probable, dado el carácter ligero de la procesada…» ¡Ojo, pues, con las damas graves y enlutadas!
Por Justiniano (Hermano Lobo, 01/07/1972)
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