sábado, 12 de junio de 2010

Cartas al Director: La firma.





Estimado y dilectísimo Sr. Director.

Como bien sabrá V.I., no hará muchos días lectivos que estalló atroz escándalo a raíz de la publicación en la Gaceta de Madrid del fénix de los Decretos, más conocido por el vulgo como el funcionariazo, zapatazo, recortazo, decretazo o ayuntamientazo, según las fuentes.

Regulaba la meritada y doctísima norma, el menguado o jibarización de emolumentos de los probos funcionarios del Estado e ínsulas adyacentes, incluyendo, a modo de traca final, la prohibición a los fidelísimos entes locales y otras hierbas de endeudarse un céntimo más. Es del dominio público los extraños acontecimientos que se sucedieron a continuación: ¿corrección de errores en la prestigiosísima gaceta oficial o rectificación por los sapientísimos consejos de los regidores de la cosa consistorial?

Pues bien, quien suscribe fue involuntario testigo de cómo acaecieron los hechos en su humilde condición de lealísimo funcionario de parque móvil ministerial con treinta cinco años de servicios. Mis cervicales lo atestiguan... lo de los años, quiero decir.,

Hallábase un servidor en el día de la publicación del ilustradísimo Decreto en el recinto Monclovetense  cepillando la tapicería de  Incitatus (llamamos así al vehículo presidencial desde que don José Luis amenazó con nombrarlo ministro, vista la inopia de los que ejercen como tales), cuando llegó quemando  neumáticos un cochazo oficial que, al punto, reconocí como el de la Viceministra de Asuntos Charcuteros y de la Moneda de Vellón: el escudo de armas cortinado con esmalte en gules, hucha en forma de sonrosado lechón rampante en el flanco diestro y una mortadela en el siniestro lo hacen inconfundible. Antes de que se hubiera detenido del todo se abrió violentamente una de las puertas posteriores y pude observar a la esbeltísima Srta. Elena bajar de un brinco y perderse rauda y veloz en el interior del augusto palacete.

Poco tiempo después se asomó en la ventana de la buhardilla, tal que un enano en una almena, el Chambelán Mayor soplando el cuerno con repetidos toques de asamblea. Tras reunirnos a todos los empleados, nos dijo que teníamos que hacer una batida para encontrar al Señorito José Luis que no aparecía por ninguna parte. Buscamos, escudriñamos,  indagamos, rebuscamos… y volvimos a buscar y… nada, ni rastro de su paradero. ¡Sr. Presidente! gritaban los subsecretarios, ¡Presidente Zapatero!, gritaban los directores generales, ¡Zetapé!, gritaba Don Manolo, ¡Joseeeee Luiiiiiiiiis!, gritaba la piísima señorita Sonsoles con el dramático tono del lamento de Gertrudis en la escena final de la opereta decimonónica Un bofetón… ¡y ya soy tuya!

Afortunadamente la señorita Pajín tuvo una de sus ideas planetarias y aulló como tarzán balanceándose en una liana,  ¡Presidente, corra, que acaba de aterrizar el Air Force One en la pista de tenis! ¡¡ Es el señorito Obama, que viene a verle!! Mano de santo. Del armario empotrado donde se solía esconder el señorito Aznar para que nadie le viera cuando estaba de buen humor, emergió Su Excelencia  con menudos saltitos de cervatillo y  ojos de lirón careto… ¿Dónde está ese Dios de ébano?, exclamó. Antes que nadie pudiera mover un músculo, se había agarrado sollozando a las piernas de un pinche de cocina que responde al nombre de  Ukelele y es natural de Fernando Po.



Un par de duchas heladas después, reuniose el faro de occidente y linterna de oriente en el despacho trapezoidal con el gabinete de crisis donde trataron el grave asunto que tenía de los nervios a la Srta. Elena. Hay que hacer algo José Luis, decía ésta visiblemente acongojada, desde que se publicó el Decreto entre los Decretos no me han parado de llamar todos nuestros ediles hechos unos cafres y, bien lo sabes dulcísimo Presidente,  que si sobreviví  a la reunión  del G-8 con un monigote de papel pegado a la espalda ¡puedo soportar cualquier cosa!  Pero cuando irrumpió bruscamente en mi despacho el insigne munícipe de la muy noble y leal villa de Getafe… ya sabes, ese señor bajito que parece un niño empollón envejecido prematuramente, blandiendo la madre de todas las garrotas que en el mundo han sido… le dije que tenía que ir un momento al servicio a empolvarme la nariz… ¡y aquí estoy! ¿Qué hacemos? Ese gañán seguro que me rompe la crisma....

Durante un buen rato nadie dijo nada mientras el señorito José Luis seguía interpretando al cembalo  unas variaciones sobre un tema de Miguel Bosé, hasta que con un brusco arpeggio se interrumpió gritando…¡pero qué se habrá creído esa botija teutónica comedora de salchichas para decirme lo que tengo que hacer!… ¿os habéis fijado que parece que se viste en el Pryca? 

Tras convencerle para que se bajara de la lámpara del techo, se retomó el asunto que preocupaba a la señorita Elena. Su Excelencia propuso usar tippex y llamar al BOE para corregir el desaguisado, pero ante las reticencias legales de algunos, se decidió que el castísimo monarca Borbón debía firmar una copia remozada del sublime decreto.  Antes de que pudiera despegar el ojo de la cerradura de la puerta, ésta se abrió bruscamente y el señorito Pepiño me entregó un sobre lacrado y me dijo que si lo traía de vuelta firmado antes de una hora me subirían el haber regulador de clases pasivas.




Siendo hora punta, me dije que lo más apropiado sería desplazarme en moto. Recordé que en el garaje se guardaba una vieja Sangla (modelo 350N, monocilíndrica, con chasis de doble cuña y biela estampada en doble T, para más detalles) del Franquismo intermedio, aún en funcionamiento. No tenía casco, pero en unos baúles se guardaba el atrezzo que había utilizado la señorita Sonsoles en sus tournes musicales y allí me hice con un casco  vikingo de cuando interpretó a un nibelungo.

De tal guisa me planté en un petardeante santiamén en el  palacio zarzuelero y ¿Quién cree Vd. que me abrió la puerta? ¡El mismísimo Borbón I! Habían reducido personal, me dijo, pero… ¡el barco, no se toca! y que esperaba que las pizzas no estuvieran frías. Tras sacarle de su error culinario y cuando se percató de lo añejo del motociclo y el sobre que portaba en la mano, se puso de color verde y girándose hacía el interior pegó un bocinazo ¡Sofi... tenías razón!, el pánfilo de Zapatero nos quiere dar la patada para hacerse el machote izquierdista… me envía un motorista con el cese, ¡como hacía el garbancero del Pardo con los ministros tecnócratas!

Tras esquivar el zapatón pep toe que me tiró a la cabeza Dña. Letizia, conseguí explicarle a Su Majestuosidad el preclaro objeto de la embajada para la que había sido comisionado. A ver, criatura, muéstreme esos oficialísimos pliegos que he de rubricar, me dijo. Así lo hice y empezó a leer en voz alta… El presente Real Decreto Ley contempla las medidas extraordinarias adoptadas para dar cumplimiento al compromiso del Gobierno de acelerar, en 2010 y 2011, la reducción del déficit inicialmente prevista. La dureza y profundidad de la crisis… ¡pero bueno! ¡ esto ya lo firmé el otro día! Además, para hacer las cosas bien tenía que haber traído el decretito ineficaz  y destruirlo delante de mis reales narices ¿Y quien va a refrendar esto? ¿Se imagina lo que me cobraría un notario a estas horas? ¿No será Vd. notario por casualidad?... espere un momento que voy a buscar la espadota y los santos óleos de ungir caballeros, le nombro fedatario público en un pis pás,  estampo la firmita y me certifica.

Y así fue como sucedieron los hechos de marras. Y le dejo, que le he cogido gusto a esto de dar fe y tengo que indubitar un montón de documentos, protocolizar tres testamentos ológrafos y firmar unas cuantas actas de notoriedad. Atentamente suyo, Vicente.

P.D. Acabo de leer en una publicación de terror... digo, en el suplemento económico de El Mundo, que en el BOE del pasado día 2 se incluía una fe de erratas de un Real Decreto (sobre no-se-que-cosa del déficit tarifario eléctrico) publicado el ¡¡9 de Abril¡! ¡Viva la seguridad jurídica!


Camino de la Zarzuela con mis escoltas: el brigada 
Palomeque y  Anacleto,  agente del CESID.

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