La emoción no nos deja hablar... ¡sniff! no hallamos palabras para definir el conjunto de emociones encontradas que nos embarga... ¿Con quien narices nos vamos a meter ahora? ¡Nunca habrá otro como él!








Y sepan vuestras mercedes que en año de Nuestro Señor de dos mil y nueve y mes de febrero, graves y sonados sucesos acontecieron en el legañoso y apolillado ámbito judiciero. Resultó que por aquellos días Alcaldes de Casa y Corte, Chancilleres, Corregidores y demás encargados de administrar la justicia en estas repúblicas, tomaron determinación de holgar una jornada; más, no referíase tal holganza, a la natural inclinación de visitar mancebías o ventorros, sino en metafórica queja por el estado menesteroso de los asuntos propios de sus negocios.
Y como quiera que no constaba en leyes, ordenanzas, fueros y códigos del reino tal contingencia, propiciose graves y doctas polémicas doctrinales a su alrededor. Tal y como era de preveer, la salida a escena del Gran Comendador D. Mariano de Bermejo no hizo más que enconar los exaltados ánimos. Todo tipo de virtudes ornaban a tan noble señor, pero quiso el destino que la prudencia no fuera una de ella y, así pues, con feroz entusiasmo dedicose a lanzar admoniciones, amenazas, improperios, regüeldos y sonoras ventosidades, más propias de arriero o guardador de rebaño porcino que de un principal caballero, provocando con cada rebuzno que nuevas mesnadas de oficiales regios se añadieran a las filas potencialmente ociosas.
Y en este estado de cosas formó causa el Santo Tribunal de la Inquisición contra unos bandoleros pijoteros sospechosos de herejía y de rapiñar caudales públicos, los cuales, a mayor abundamiento, resultó que mantenían negocietes y provechosa relación con altos cortesanos peperos, enfrentados a la sazón al poderoso clan del Comendador. Al tiempo que en los cordeles de ciego se narraban con profusión los detalles de los secretos legajos sumariales, descubriose que Don Mariano y el Inquisidor Mayor, amén del superior de la Santa Hermandad y un acusador, gozaron todos en santa comunión de fructíferas jornadas cinegéticas en las que despacharon abundantes y peludas piezas de caza mayor.
... sin comentarios.
Aún me tiemblan las piernas... pero será mejor que empiece por el principio. Verán, soy de aquellos que al volver a casa las mañanas de domingo, separan cuidadosamente los distintos suplementos de los periódicos, los cuales son rápidamente acaparados por los distintos miembros de la familia según sus preferencias. Pero hay una excepción: los suplementos color salmón; estos son reservados ipso facto para una serie de cometidos muy concretos, tales como cubrir el suelo de la jaula del canario, forrar el fondo del cubo de la basura o recoger la mierda del perro. Sin embargo, esta mañana una extraña fuerza sobrenatural me ha llevado a leerlo y, siguiendo otras de mis costumbres, he empezado por el final.
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