domingo, 30 de noviembre de 2008

NUEVA OFICINA JUDICIAL: SERÁFICO SALVADOR O ÁNGEL EXTERMINADOR

Por el Reverendo Padre Sotanillos, asesor espiritual de los Juzgados Abulenses.
¡Arrepentíos de vuestros pecados! ¡Rogad a Dios por vuestra salvación eterna! ¡El Apocalipsis está próximo!

Resulta, hijos míos, que reunidos en santo sínodo sendas comisiones del ministerio y CGPJ, han alcanzado el acuerdo de poner en marcha la divina Nueva Oficina Judicial en el plazo de… ¡UN AÑO!

Nadie que se llame cristiano puede negar la imperiosa necesidad de que tan venerable institución sea consagrada, pero humildemente nos inquieta esta súbita urgencia. ¿Pretenden los Santos Padres que creamos que lo que no fueron capaces de hacer en un lustro lo van a llevar a la práctica en un año? ¿Es Don Mariano el nuevo Moisés que guiará a la tribu judiciera en la travesía del desierto hasta alcanzar la oficina prometida? ¿No ha actuado más bien hasta ahora como el faraón que les quiere hacer picadillo?

¿Están ya elaboradas las relaciones de puestos de trabajo? ¿Se sabe como se desarrollará el proceso de selección para los mismos? Si en resolver un miserable concurso de traslado se tiran un año y medio, da miedo pensar la que se puede montar para recolocar a todos los monaguillos.

¿Estarán listas las aplicaciones informáticas para que la nueva liturgia funcione adecuadamente? ¿Se aprobarán a tiempo por el Cónclave Congresero las reformas de los ritos procesales? ¿Están planificadas las obras que habrá que acometer en los templos y catedrales justicieras, imprescindibles para acoger a las novedosas agrupaciones cofrades? ¿Se ha pensado en que será necesario impartir cursillos catecuménicos de formación? ¿Existe el limbo?

No tenemos las respuestas a estos interrogantes y a otros muchos que se nos ocurren. Y probablemente ni el propio Mosén Bermejo las tenga. Más bien nos inclinamos humildemente a pensar que ha decidido precipitar los acontecimientos para intentar desactivar los anatemas y amenazas de excomunión (abandono de los púlpitos, incluido) que está recibiendo por parte de los obispos togados y salvar su beatífico culo una vez más. Incluso parece ser que ha decidido aparcar por el momento algunas de sus obsesiones personales, tales como los Consejos Autonómicos o la Justicia de proximidad, asuntos que a la mayoría de los Togados les huele a azufre.
¡Que Dios nos pille confesados!

domingo, 23 de noviembre de 2008

Don Mariano en Ávila

El pasado día 18 tuvo lugar en la entrega de la Raimunda al Secretario de la Audiencia Provincial de Ávila D. Arturo Mateos Antón, condecoración que le fue impuesta por D. Mariano, a la sazón Ministro de la cosa Justiciera. Para cubrir tal evento enviamos a uno de nuestros reporteros con el reto de hacerse unas fotos con el Sr. Ministro o alternativamente de este rodeado de unos cuantos funcioneros audiencieros. Por motivos laborales no pudo acudir al acto de la imposición, así que decidió ir directamente al afamado establecimiento de esta capital La Posada de la Fruta donde posteriormente se sirvió un ágape.


Lamentablemente parece que el gacetillero prestó más atención a las tapas de pulpo, a los torreznos y a unas deliciosas croquetitas que a lo que ocurría a su alrededor. En definitiva, cuando quiso desenfundar la cámara se encontró con que el Sr. Fernández Bermejo había hecho mutis por el foro (lo cierto es que no debió estar allí más de cinco minutos)

Para arreglarlo se dedicó a sacar fotos a troche y moche pero, aunque alega que la cámara era nueva y todavía no la domina, resulta que las instantáneas que sacó eran una auténtica mierda: borrosas, movidas, primeros planos de coronillas o de pies… Nos inclinamos a pensar que el Ribera del Duero y las cervecitas tuvieron más que ver con el desastre que cuestiones técnicas propiamente dichas.

Funcioneros Audiencieros con distintos grados de intoxicación etílica

martes, 18 de noviembre de 2008

ANECDOTARIO JUDICIAL: BURREANDO

Soporífera jornada de juicios de faltas, todos ellos sobre asuntos intrascendentes. Media mañana, denuncia por insultos de un señor contra otro vecino de su mismo pueblo, del que discretamente omitiremos el nombre.

Actúa como testigo la esposa del denunciado. La señora tiene desparpajo y no se muestra nada cohibida. Niega categóricamente los insultos, añadiendo de propina que el denunciante es un borrachuzo con mala fama en el pueblo, alude igualmente a otras denuncias anteriores y “… además es mentira que le tiráramos un cantazo a la cabeza“. La señora ha cogido carrerilla y ya no hay que la pare “… y en la romería estaba borracho perdido porqué se había bebido todo el vino del Santo” (en esta cuestión, insiste varias veces). El Juzgador intenta cortarla, pero está lanzada y aún le da tiempo, y esto es lo bueno, a sentenciar “…y hace unos días le pillaron en el pueblo follándose a una burra!” ¡zambomba! De forma similar a cuando en un concierto sinfónico el señor de los platillos pega un buen golpe con sus instrumentos, esta frase tuvo la virtud de desperezar a todo el mundo. Hasta el veterano Auxiliar Judicial que dormitaba en el fondo de la Sala, acostumbrado a oir todo tipo de barbaridades, se enderezó de repente pegando un brinco. Lamentablemente para el espectáculo, ahora sí, y de forma rotunda, el tribunal consiguió acallar a la indiscreta. En fin, nos quedamos sin saber más detalles del asunto, tales como si el fogoso paisano tuvo que utilizar un taburete o, quizás, una escalera de mano, dependiendo de la alzada.

No somos nadie para cuestionar las ancestrales y pintorescas tradiciones de un pueblo, ya sea la forma de tocar la dulzaina o las apetencias sexuales de los lugareños, pero hay algo que nos llama la atención. Por la forma de decirlo parece desprenderse que, aunque a la señora le parecía feo y rechazable eso de beneficiarse a un cuadrúpedo, sin embargo no es algo que le causara sorpresa. Vamos, que entra dentro de lo normal. Nosotros, por si las moscas, hemos decidido la próxima vez que hagamos una ruta a caballo, evitar el pueblecito de marras.

Ahora una cuestión de índole procesal. ¿No debió el Tribunal deducir un testimonio de lo allí manifestado sobre la supuesta coyunda? ¿No sería apropiado hacer el oportuno ofrecimiento de acciones al propietario de la burra? O mejor aun, a la propia burra. ¡Algo tendrá que decir al respecto! Si hubo consentimiento… o algo así.

Y para acabar ¿pero es que sigue habiendo pollinos en los pueblos? Creíamos que se habían extinguido, como los dinosaurios.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Historia del Funcionariado contada por sus protagonistas. Capítulo II: Atenas

¿Cuál es el Juicio más famoso de la historia? ¿El Rey Salomón terciando con aquel par de histéricas que litigaban por un bebé llorón? ¿los de Sancho Panza ejerciendo de Gobernador en la Ínsula Barataria? ¿el caso Dreyfuss durante la Tercera República Francesa y el célebre “yo acuso” de Zola? ¿Nuremberg? Casos sin importancia comparados con la que se montó en Atenas durante el proceso contra Sócrates… y yo, ¡estaba allí!

Pero primero, permítanme que me presente. Nací allá por el año 388 A.C. en un pueblucho de Tracia que tuvo la fortuna de ser elegido por los Espartanos para celebrar una de sus habituales fiestorras. Los lugareños estaban invitados a las celebraciones, aunque su participación en ella solía ser más bien pasiva. Básicamente consistía en dejarse descuartizar por alguno de aquellos muchachotes necesitados de tonificar los músculos. Pero las juergas no son gratis, así que las mujeres y los niños (incluido yo) fueron enviados a algún alegre mercado de Asia Menor. En resumen, fui comprado por la polis de Atenas por un puñado de dracmas y de esta manera adquirí la condición de esclavo público, es decir, funcionario de la Gran Democracia. Gracias a Zeus tenía un buen número en el escalafón, así que en vez de acabar en las minas fui destinado a los Tribunales.

Antes de que me compadezcan han que tener en cuenta que la condición de esclavo no significaba llevar una vida de perro. De hecho un servidor vivía mejor que muchos supuestos ciudadanos libres que se deslomaban bajo el sol cultivando cebollas. Y eso que el trabajo en los tribunales no faltaba, puesto que una de las pasiones de los atenienses era precisamente el pleitear (incluso el gran comediógrafo Aristófanes escribió una obra burlándose de esta auténtica manía: “Las Avispas”). Las otras grandes aficiones del personal eran: 1. Acudir al agora y ver como un montón de filósofos frikis se zurraban a base de aforismos, al tiempo que se levantaban las túnicas y lanzaban sonoras ventosidades. 2. Contemplar (y lo que se terciara) a jovencitos bien untados en aceite, poniendo posturitas en la palestra. 3. El Teatro.

Lo primero que hay que decir de la Justicia Ateniense es que no existían los jueces profesionales, así que al principio de cada año procedíamos a un sorteo para elegir a seis mil fulanos que formaban la Heliea (bueno, se supone que esta especie de rifa la tenían que realizar los llamados Secre…, digo, Arcontes, pero como podían delegar en nosotros… ya se pueden imaginar). Luego, de este depósito extraíamos los quinientos jueces de cada proceso. Pero para evitar que los imputados pudieran sobornarlos, este segundo sorteo se realizaba la misma mañana del juicio. Así que en realidad más parecíamos los Niños de San Ildefonso que otra cosa.

La cosa contada así parece muy fácil, pero la realidad era mucho más complicada. Ya he dicho que a los Atenienses les pirraba todo este asunto de los juicios y si además recibían tres óbolos por actuar de jueces, pues ya se pueden imaginar el tumulto que organizaban los aspirantes ante las urnas de los sorteos. Para evitar nuestro linchamiento extendíamos ante nosotros una cuerda bien gorda recién embadurnada con pintura roja (la cuerda bermeja). Al cretino que se le pillaba con manchas de pintura, se le castigaba con un año de privación de sus derechos ciudadanos. (Algunos funcionarios de los actuales Registros Civiles están pensando muy seriamente proponer al Ministerio la reintroducción de este sistema)

Otra de mis funciones consistía en acudir de vez en cuando al agora y comprobar los nombres que los ciudadanos escribian en el óstracon (un pedrusco). Si un individuo alcanzaba las seis mil denuncias, no le quedaba otra que exiliarse durante cinco o diez años. ¿Se imaginan que estuviera en vigor este procedimiento? Seguro que no quedaba un político en España.


Pero volvamos a Sócrates. Este filósofo con fama de calzonazos (o calzorras) fue acusado de impiedad. Cosa rara porque a los atenienses los temas religiosos les solía importar un pito. En realidad todo parece indicar que tras todo este asunto estaba la intención de algunos poderosos de quitarse de en medio a un tío bocazas. Es decir, igualito a lo que sucede en la actualidad.

¿Se imaginan un juicio a una celebrity, por ejemplo, La Pantoja? Pues eso, salvando las distancias, es lo que ocurrió con Sócrates. Menudo follón. Tras los correspondientes sorteos y el preceptivo tentempié mañanero, en mi caso, un yogur (griego, naturalmente) y un puñado de aceitunas negras, se dio inicio a la sesión. Como no existía la figura del Fiscal (un tornillo suelto dentro de una maquina, según una definición) ni tampoco la de Abogado defensor (una maquina parlante a la que le falta algún tornillo, según otra definición) eran los propios acusadores y acusado los que hablaban, así que la cosa era bastante ágil. ¿La sentencia? condena de muerte bebiendo cicuta. Sobre todo por ponerse chulo con el tribunal.

En fin queridos lectores, en Atenas se produjo una evidente sofisticación en la Administración de Justicia respecto a las civilizaciones anteriores (los egipcios, mesopotámicos y culturas similares, no llegaron a desprenderse del todo de un cierto olor a chotuno) y sobre todo, una innegable sencillez en los procedimientos. Hasta que llegaron los Romanos y se empeñaron en dar el coñazo con su manía de codificar y reglamentarlo todo.

martes, 11 de noviembre de 2008

EXPEDIENTES A HUELGUEROS

PUBLICAMOS A CONTINUACIÓN UN CORREO QUE HEMOS RECIBIDO
El presente escrito tiene como objeto poner en su conocimiento una situación que consideramos injusta, y que a continuación pasamos a exponer:


A raíz de la pasada huelga que llevaron a cabo los funcionarios de la Administración de Justicia durante los meses de febrero y marzo, el Ministerio de Justicia abrió cuatro expedientes disciplinarios a otros tantos funcionarios, que prestan servicios en diferentes ciudades del llamado “territorio no transferido”, cuyas competencias en esta materia son exclusivas del citado Ministerio.




La instrucción de dichos expedientes sancionadores se inició por la “terrible e injustificable” falta de renunciar al cumplimiento de los servicios mínimos impuestos, al estar el servicio cubierto, en cada uno de los juzgados afectados, por otros “compañeros” que no secundaban la huelga. Esta práctica tan controvertida se repitió a lo largo y ancho de todo el territorio en huelga durante este periodo, pero estos compañeros tuvieron la mala fortuna de ser denunciados por sus superiores, no se sabe muy bien con qué objeto; desde luego, queda claro que en ningún caso el servicio mínimo quedaba desatendido, puesto que los funcionarios que no secundaban la huelga hacían imposible este extremo. Hay que decir que existen sentencias al respecto, que señalan con toda claridad que los servicios mínimos no son nominales, de ahí la extrañeza que levantó la medida del Ministerio de incoar estos expedientes disciplinarios contra los cuatro funcionarios en cuestión.




Durante las reuniones que sindicatos y Ministerio mantuvieron para tratar este asunto, e intentar llegar a una solución, el Ministerio se negó en todo momento a cerrar dichos expedientes, si bien se comprometió a, llegado el caso, confirmar las decisiones que al respecto adoptasen los instructores de las causas abiertas. Pues bien, los secretarios-instructores acordaron ARCHIVAR todos los expedientes. Sin embargo, el Ministerio, una vez más, rompiendo la palabra dada y escudándose ahora en defectos de forma en la instrucción, han reenviado los casos a sus instructores, con la consiguiente indignación y sorpresa tanto de los afectados, como de todos los que hemos tenido conocimiento de tales hechos.




Expuestos los hechos, consideramos que la postura mantenida por el Ministerio responde más a un deseo de venganza o escarmiento público (del que, por cierto, en las últimas semanas ya ha hecho alarde con la Secretaria del Juzgado de lo Penal de Sevilla, del tristemente famoso caso Mari-Luz), que a una idea de justicia e imparcialidad.




Por todo ello, queremos hacer pública nuestra indignación, pedimos que el Ministerio cese de una vez su persecución contra aquellos que tan sólo pretendían luchar por una causa justa, que por una vez, cumpla los compromisos adquiridos con los representantes de los trabajadores y que los cuatro compañeros que están sufriendo esta absurda caza de brujas se vean libres de este sin sentido que ya dura demasiado tiempo.

viernes, 7 de noviembre de 2008

¡SE ACABÓ LA FIESTA!

No puedo demorarlo más. Hace un rato el cajero automático ha triturado mi última tarjeta de crédito y enseguida comenzaré a recibir llamadas telefónicas de financieras con extravagantes nombres. De poco vale culpar a banqueros, empresarios, promotores, especuladores, políticos y demás criaturas depredadoras de la puñetera crisis, además ¿no se supone que soy una persona adulta? ¿no me uní alegremente a esta orgía desenfrenada?

¡Ah!, qué tiempos aquellos en los que en el Banco me hacían sentir como el Sultán de Brunei y afirmaban que “no fuera tonto”, que era una estupidez dar una entrada tan gorda; que no había ningún problema en hipotecar por una cantidad mayor y, además, “¿no ha pensado que Vd. y su esposa se merecen unas vacaciones en Cayo Coco?” Como charlatanes de feria desgranaban que estaban dispuestos a darme, no el 80, ni el 90, ni siquiera el 100, sino el 120% del valor de tasación, porque “sabemos que una vivienda nueva trae consigo muchos gastos”. Además, me decían en confianza, “el color de su coche no hace juego con la fachada de la casa” y “no querrá que sus nuevos vecinos piensen que es Vd. un pobretón, ¿no?” “querrá que le inviten a las barbacoas”
Y yo, como un gilipollas, no les dije que no. Hice entrega de una birria de dinero para la entrada y me fui a ese sitio hortera 15 días. Y me compré la tanqueta-vive-la-aventura más grande que había en el concesionario, sobre todo para restregársela por las narices a la bruja de mi cuñada. Por supuesto regalé todos mis viejos muebles (en perfecto estado de revista) y electrodomésticos a un fulano que pasaba por allí y me traje media tienda de Ikea. Y me compré un televisor de plasma más grande que una mesa de ping-pong. Y la mesa de ping-pong, también. Y como a mi mujer no le gustaba el color de las habitaciones, las volvimos a pintar, y ya puestos, cambiamos los inodoros por unos de estilo zen. ¿Los muebles de la cocina?, ¡a la basura con ellos! Instalamos una italiana de diseño que da pena cocinar en ella. Que sí unos molduritas por aquí, que una tarima de nogal por allá… y un pastón en enanos-de-diseño-exclusivos-pintados-a-mano para el jardín y la terraza. Vamos, que prácticamente tiramos la casa abajo y la volvimos a hacer.

¡Tempores jocundus! Con que alegría me compre aquel chándal superfashion y una mega-pala profesional para estrenar adecuadamente la flamante pista de padle, aunque he de admitir que sólo la pisé aquella primera vez. ¡Para que vamos a engañarnos!, lo mío es el mus. Por no hablar de la bicicleta de aleación de poliuretano y accesorios en acero nikelado que era una auténtica virguería, tan nuevecita. Y lo sigue estando, ya que al subir la primera cuesta  casi escupo un  pulmón, así que no la he vuelto a tocar.

Estoy pensando muy seriamente proponer en la próxima junta de propietarios cubrir la piscina y utilizarla para cultivar champiñones (total, cuando se mete la gorda del 5º, ya no cabe nadie más) y en cuanto a las zonas ajardinadas ¿qué tal unas bancadas con patatas y cebollinos? ¿o quizás criar un par de cerdos?

Finalmente estoy en el Banco… y el simpático empleado que siempre me atendía con una amplia sonrisa, me daba palmaditas en la espalda e incluso se interesaba por la salud de mi suegra, ahora me mira con gesto adusto y permanece impasible sentado tras su escritorio mientras le cuento una milonga. Observo con extrañeza que mantiene su mano derecha sobre la superficie de la mesa, muy próxima a una abultada carpeta, bajo la cual asoma ligeramente lo que parece el cañón de una Magnun calibre 44. Será por sí pretendo pedir dinero… digo yo.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Historia del Funcionariado contada por sus protagonistas. Capítulo I: Mesopotamía.

¿Han oído hablar Vds. del Código de Hammurabi? Efectivamente, me refiero a esa estela de basalto negro de 2,25 m. de altura en el que figura grabado en caracteres cuneiformes el que se considera el primer corpus legal del que se tiene noticia. Pues bien, yo, Petitnumppal, hijo de Mamón y nieto de Tabuco, fui el protofuncionario al que le tocó labrar el pedrusco de marras. Y esta es mi historia.

Nací en el año 1750 AC en Babilonia. No, no me refiero a ese club de carretera del Km.12 de la Autopista A-7, sino a la antigua ciudad de Mesopotamia, esa región situada en lo que es el actual Irak, que por entonces no era ese sitio donde el personal se dedica a escabechinarse mutuamente con frenesí, sino que era ¡quien te ha visto y quien te ve! la cuna de la civilización. En aquellos años la civilización Sumeria era la que partía la pana y uno de los rasgos de cualquier sociedad que se llame civilizada es la especialización en diversas actividades de grupos de población: alfareros, herreros, sexadores de pollos, etc. Y por supuesto, funcionarios.

Siendo mis padres campesinos, la única alternativa a seguir cultivando berzas y cuidando cabras toda mi vida era el ejército o el sacerdocio. Y no apeteciéndome que algún bárbaro hitita me partiera en dos de un hachazo, ni pasarme el día degollando ovejas y escrutando sus entrañas, decidí un buen día apuntarme a una novedosa y extravagante actividad, surgida de la necesidad de administrar una sociedad compleja como ya era la Sumeria: el funcionariado.

No obstante, siendo yo un romántico, siempre he imaginado que los empleados públicos han existido desde el momento en que las primeras criaturas gorilaceas se bajaron de los árboles y sus interacciones sociales fueron un poco más allá de despiojarse u olerse el trasero unos a otros. Enseguida y para evitar el caos, alguno de aquellos tíos peludos que mostraba mayor capacidad (la de sostener la cachiporra más gorda, en concreto), debió erigirse en jefe del grupo. Ipso facto, algún individuo flacucho y con problemas de autoestima se ofrecería a prestarle todo tipo de servicios a cambio de seguridad y algún que otro hueso de mamut roído. Aquel Jefe moriría accidentalmente al derrumbarse un dolmen, precisamente cuando pasaba bajo el mismo, siendo rápidamente reemplazado por un individuo de semejantes características. Y nuestro burócrata ancestral seguiría ejerciendo su actividad bajo la nueva autoridad, como si no hubiera pasado nada.. Y así sucesivamente. De tal guisa surgió un nuevo rasgo característico del empleo público: la permanencia en el tiempo.

Como decía, abracé con entusiasmo la condición de servidor público y fui destinado al negociado de Justicia y Puniciones Varias. Allí nos dedicábamos a rellenar cientos de tablillas de arcilla con disposiciones legales, edictos, laudos, proverbios, aforismos y cosas así. No era un trabajo fatigoso. Se cogía una tableta de arcilla húmeda y con un palito se grababan los caracteres cuneiformes. Pronto aprendí que si se añadía al barro una boñiga de vaca se conseguía una escritura más suave. Luego, vuelta y vuelta en el horno y listo (Para hacerse una idea de aquello, agarre Vd. una gallina. Seguidamente hágala deambular un buen rato sobre una superficie de barro húmedo de 1 m X 1 m. aproximadamente. Retire la gallina. Observe con atención las impresiones que han dejado en la superficie las extremidades inferiores de la susodicha ave ¡Pues eso es la escritura cuneiforme! De hecho, las mejores páginas de la literatura Sumeria se escribieron utilizando este método).

Ya por entonces se había instituido otra de las características propias del funcionariado: el cafelito de media mañana. Aunque claro, todavía no existía tal excelsa bebida, así que en alegre procesión marchábamos al Zigurat a tomar infusiones de cardo borriquero o vinillo de la ribera del Eufrates. Se supone que sólo teníamos para este menester el tiempo que tardaba en vaciarse de arena la parte superior de un reloj, pero no costó mucho sustituir la fina arena original por un puñado de garbanzos.

Rodeado de montañas de tablillas transcurrían lentamente los lustros hasta que un aciago día el Sumo Sacerdote y Consejero Real Bermejosis, entró en nuestra covachuela con el rostro más avinagrado de lo normal. Tras llamarnos “excrementos de dromedario, vagos y chupatablillas” nos dijo que Hammurabi I, hijo de Zetapenoteph Pepis, Rey de Sumer, Acadia y las Cuatro Regiones, tras una noche de farra se le había ocurrido redactar una serie de normas legales y nosotros, hijos bastardos de un coyote tiñoso, nos íbamos a ocupar de transcribirlas para su público conocimiento. Ahora bien, Bermejosis estaba decidido a suprimir las caducas tablillas de la Administración de Justicia y por lo tanto deberíamos grabar las leyes en columnas pétreas, que serían colocadas en lugares públicos, entradas de las ciudades y caminos. Así los mesopotámicos dejarían de hacerse los nórdicos, escaqueándose del cumplimiento de las leyes con la excusa de no saber, por ejemplo, que cortar la cabeza de un esclavo manumitido era punible.

Naturalmente protestamos alegando que ese cometido era propio del negociado de los picapedreros, que además se pasaban el día jugando al mus por falta de faena. Protestas que rápidamente se acallaron, ante la amenaza de ser trasladados de forma fulminante al departamento de los Eunucos. Lo que suponía el consiguiente cursillo acelerado de adaptación, es decir, el traumático cisma de nuestros amados genitales.

En fin, que nos pusimos como locos a burilar las dichosas leyes en aquellos piedrolos, encabezados por la figura del Rey Hammurabi en alegre cháchara con el Dios Sol Shamash. ¡Vaya diarrea legislativa la del buen señor! Se podía haber fijado en Moisés, que con diez mandamientitos de nada ¡menudo éxito ha tenido el tío! Pues nada, 282 disposiciones se sacó de la manga. Ahora bien, el meño que se conserva en el museo del Louvre ¡no responde exactamente al texto original!

Resulta que Hammurabi I tenía unas costumbres un tanto relajadas. De hecho su aspecto era… ¿cómo les diría?... ¿Han visto la película 300? ¿recuerdan a Jerjes, el Rey Persa? Pues esas pintas de drag queen pasada de rosca eran las que lucía ese rey de reyes en la intimidad. Así que no es de extrañar que algunos de los artículos del Código me parecieran escandalosos. Por ejemplo: “el que yaciera con más de dos cabras a la vez, será arrojado al agua” (con sus correspondientes cocodrilos. Esto no lo dice pero se sobreentiende) o “quien sodomizare al buey propiedad de un vecino sin su consentimiento (el del vecino), será a su vez sodomizado por él (por el buey)”.

¿Qué imagen de los Sumeríos, de los Acadios y demás pueblos mesopotámicos van a tener las generaciones posteriores cuando lean esto? me preguntaba con desazón. Traicionando mis improntas funcionariales me dediqué a sustituir las menciones a ovejas, cabras, pollinos, cuadrúpedos en general y algún tipo de crustaceo, por el vocablo “mujer”, lo cual me parecía más correcto. Ya sé que desde el punto de vista actual no parece muy apropiado, pero les diré en mi descargo que en aquellos tiempos el estatus social de una vaca y el de una mujer no se diferenciaba en exceso. De hecho la forma de escribir ambos vocablos era prácticamente el mismo.

En resumen, de Código de Hammurabi nada de nada. Yo, Petitnumpal, fui el autor material e intelectual del cascajo y en calidad de tal, exijo la oportuna rectificación e inscribir en letras de molde mi nombre en los anales de la humanidad ¡El Código de Petitnumpal! ¡Toma ya!, que bien suena.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...